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-36- . Francis'-co, el hijo de los Bernardone En Asís vive el matrimonio Bernardone dedicado a la importante y lucrativa mercadería de telas, de _tanta ·importancia entonces, y allí tienen un hijo a 'quien se pone el nombre de Juan, si bien luego se le conoce por el de Francesco -debido a la afición que siente por lo francés, la cual proviene de su madr~ y más tarde por el · de Francisco. Dada la posición de sus padres vive espléndidamente,. es el anfitrión de sus compañeros y el rey de la Juventud que ,festiva recorre las calles; y bien puede serlo él que aparece atildado en el vestir y pródigo en gastar. Tiene ansias de grandeza y sueños de gloria militares, en aqueila Italia constantemente en guerras no ya sólo entre Ciudades sino . incluso entre familias; quizá 'él pretendiese ser jefe de Capuletos o Montescos. Pero Dios toca su corazón; pri– mero surge la preocupación y la duda y luego la decisión, figurada, en el bew que da un leproso, a un agote de aquellos que antes tanto le repugnaban. ¡Francisco es de Cristo! .. . Quizá Dios le haya pagado así la caridad que siempre hizo a los que se 1~ pedían en su Nombre. El que fué rey de la juventud ha dejado su cetro por el cayado y las vestiduras delicadas por la áspera estameña; es hombre nuevo; pero no sabe que camino iniciar en el servicio de Dios. Mientras hacEt oración en la dez:ruída Iglesia de San Damián, el Señor se le aparece y le dice: «¿No ves que mi casa amenaza ruin.a? Vé y repárala». E inmediatamente, Francisco, con la alegría del que deseando hacer algo le señalan tarea, comienza a mendigar piedras para los Templos del Señor y reedifica el de San Damián y, más tarde, los de San Pe– dro y Santa María de los Angeles. Pero no, no es eso lo que Dios quiere de él. El 24 de Febrero de 1209, Francisco oye misa en Santa M:>rh y escucha la explicación de aquell~ escena evangélica en que al enviar Cristo a sus discípulos a predicar por el mundo y al pres– cribirles la norma que habían de emplear en su modo de vivir, les dice que «no posean oro ni plata, que no lleven dinero en sus fajas 0 cin1os, que no se provean de alforjas para el camino, ni de báculo en que apoyarse». Y cuenta San Buenaventura en su biografía que: «Apenas oyó Francisco estas palabras y con la luz. divina pudo cpm– ~render su sentido, retúvolas tenazmente en su memoria, y lleno de indecible alegría exclamo: ¡Esto es lo que ardientemente deseo; esto es por lo que suEpiro con todas las vera.,s de mi alma!» E inmediata- ' mente arrojó el cayado, descalzóse, sustituyó su cinto por una cuer_da n~do~a y se dispu$o a observar en todo la vida de los Apóstoles Y a mv1tar a k ,s demás para que la guardasen. Así, henchido de 9ozo, recorre los campos y bosques cantando alabanzas al Señor en la

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