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- 29- eso conocerán que sois mis discípulos: en q ue os amáis los unos a los otros. ¿Ocurre esto a.sí en nuestra sociedad? No hay vida de Fe. Decimos que creemos; pero vivimos como si no creyésembs. No hay vida de cristianos ,que es vida de caridad. No hay caridad entre pqbres y ricos; no la hay entre gobernan– tes y gobernados; no la hay, tampoco, dentro de cada clase. Todo son chismes y cuentos y censuras... No se respeta nada. .. Si hubiera caridad sobrarían muchas de las fórmulas ideadas para resolver la cuestión social. Si el patrono viera en el obrero a un hermano y el obrero un hermano en el patrono y el gobernante ·hermanos suyos en los súbditos encomendados a su cuidado ¡que poco lugar quedaría para las leyes .sociales!· · Llevemos el ·espíritu fra~ciscano a la Sociedad En el siglo XIII, Francisco, inflamanéio al mundo con su Amor, realizó el milagro. Hoy no vive Francisco, pero vive su espíritu . Tratemos de llevar ese su espíritu a la sociedad. · Mas no es sólo su espíritu el que vive. Francisco, al morir, nos dejó con su espfritu y con su ejemplo, que vienen a ser su ideal y su realización perfecta, el instrumento para la realización, en mayor o menor grado, por nuestra parte, de ese ideal: las Ordenes Terceras. Terminaré con las palabras que hace años dirigía a vuestros h.ermanos de Pamplona: Terciarios navarros, aprovechad este instru– mento; los que no lo seais, entrad en la Orden Tercera; abrazaos con este ideal, armaos de pobreza, por lo menos, espiritual, de hu– mildad, de mansedumbre y sobre todo, de caridad, de amor. No se trata, tampoco, de que entren todos; basta que lo haga un núcleo considerabie en el que todos los intereses. y todas las clases sociales se hallen representadas. . Un día, iba predicando Francisco con sus primeros compañeros y le preguntaron a qué Orden pertenecían. Era en los primeros tiem– pos. Francisco respondió: «No pertenecemos a ninguna Orden (la suya aún no estaba fundada); sornes varones de la ciudad de Asís que vivimos en penitencia•. Pues bien, yo os diqo que cuando en una ciudad, en una comarca, en una nación, haya un núcleo de va– rones que, a semejanza de- San Francisco de Asís, vivan en peniten– cia, el Dios de Abraham, el que otro tiempo le ofreció salvar a la cit:dad si en ella encentraba un número reducido de justos, tendrá misericordia de ese pueblo y en la misericordia de Dios hallará ese pueblo su salvación.

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