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-16- por la Humanidad? El Apóstol San Juan contes~a que no. Jesuc~i~t'? llamó a sus Apóstoles «corderos» y a los demas hombres cahf1co de «lobos». A pesar del Cristianismo y de la Ley suave de Jesucristo, los reyes no suavizaron sus costumbres. Los escritores eclesiásticos eran muchos de ellos duros de intemperantes en el lenguaje. Los monjes y clérigos echaban mano de la coacción con alguna frecuencia en su apostolado; y su conducta no era ajustada al ideal que habían profesado, como lo lamentaba San Bernardo en el Siglo XII. Y aun aquéllos que hacían generosos esfuerzos para alcanzar la perfección evangélica, carecían de criterio seguro. No eran pocos los que hadan de la virtud una cuestión más del cuerpo que del alma. Estribaba en austeridades con las que emprendían camino áspero, ingrato, rehusando íos consuelos más legítimos y aconsejando que no nos acordemos de la misericordia de Dios sino cuando nos veamos tentados de desesperación. Parecía que muchos ascetas no trataban sino con el Dios de las venganzas, con el que ruge en las alturas de Sión, con el Dios de los judíos. Y el terror paralizaba su fuerza espiritual. Era una equivocación. Era necesaria una táctica nueva. Mas ¿quién la enseñará? Afortunadamente apareció el gran Maestro: Francisco de Asís. El procedimiento más delicado y suave para captar y asimilar el espíritu de Jesucristo apareció en la humilde capilla de la Por– ciúncula de Asís. San Francisco de Asís conoció bien a Jesucristo porque oyó su voz en el Crucifijo de la iglesia de San Damián, en la Porciúncula, en el bosque, como le oyó San Pablo en el camino de Damasco. Y pro– fun~amente enamorado, sin paciencia para esperar, desdeñando los preambulos convencionalistas de la vía purgativa e iluminativa, se !anzó a los brazos y al pecho de Jesús, su Dios, con la avidez e 1 mpetu con que se lanza un niño hambriento al pecho de sµ madre. Y allí, en el recinto sagrado del Divino Esposo de las almas, oyó las endechas del amor más hermoso que se conoció ni se sintió; canto sublime que excitó en el corazón del Poverello de Asís las más dulces vibraciones, con las que hubo de contentar: ¿Tú amor apareció pobre de cosas terrenas? Tampoco las quiero yo, ni siquiera e-1 calzado. ¿Tú amor vive de sacrificio? ¡Yo también quiero sufrir! ¿Tú amor rehusa los halagos pasionales? ¡Yo quiero embalsamar mi sed con esa pureza divir.a! » . , El Santo de Asís en medio de los mayores renunciamientos sen– tia deleites er. el alma, y dulcedumbre en el cuerpo, co~o él decía.

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