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a la Virgen. Ésta fue siempre para él maternal y amoroso refugio. La forma de invocarla eran sus tres avemarías. Escribo, sus tres avemarías, porque tal como las rezaba Fray Leopoldo, ten ían un sello personalísimo. No es fácil explicarlo. Las avemarías caían de sus labios pausadas, hondas... como las campanadas del ánge– lus al atardecer; sentidas, como si las rezara postrado ante su trono de Reina. Sobrecogía el ánimo de cuantos le escuchaban. Al decir de muchos que le acom– pañaron en el rezo , «daba escalofríos el oírselas». Acusaban el contacto con lo sobrenatural. Llevarán los enfermos a la portería del convento para que les rece sus ave– marías ; le harán ir por el mismo motivo a sus propios domicilios. Le rogarán otros que las rece por sus intenciones, en medio de la calle, dondequiera tengan la fortuna de hallarlo. ¡Cuántas veces se las oímos por teléfono! Eran contestadas al otro extremo del hilo, a veces desde Granada mismo, pero en un sinfín de ocasiones fue, desde ciudades del litoral opuesto de la península o desde África. ¡Y es que aquellas tres avemarías tenían fama de milagrosas! Y en ocasiones lo fueron , rezadas por toda la familia, de rodillas, junto al lecho del ser querido, cuando había naufragado toda esperanza. ¡Sobre cuántas aflicciones del cuerpo y del espíritu cayeron como milagroso bálsamo! Y aún hoy sigue floreciendo en el mundo esta sementera de avemarías , de tres en tres . Extendiéndose, como las ondas en las aguas tranquilas del lago, esta plegaria, al modo como él las rezaba, se propaga por el mundo en alabanza de María. Era requerido por muchas fam ilias siempre que tenían enfermos de cuidado, pues sus palabras, al parecer intrascendentes, conten ían mensajes proféticos. Eran escuchadas con ansiedad por los que conocían su estilo, ya que por ellas descifraban el desenlace de la enfermedad . Hablan de dos diferentes reacciones : Una de optimismo, de aliento, de confianza en Dios. Entonces, por desesperado que fuera el caso, no había mo– tivos para temer. Si por el contrario aconsejaba conformidad, aceptación de la voluntad divina, etc., era inútil abrigar esperanzas. 6
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