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ASI ERA FRAY LEOPOLDO La vida de Fray Leopoldo tiene el encanto de un carmen granadino esmaltado de franciscanas florecillas. En espe– ra de su biografía, llenamos este breve espacio con estas pocas tomadas ·al azar. · Uno de los hechos más curiosos, se lo he oído aquí, en Córdoba, a una señora, que de paso por Granada se lo escuchó a la madre de la niña favoreci– da con él, ya con siete años, y sin hablar, sin embargo de oir. Al fin, una de las muchas veces que la madre pidió a Fray Leopoldo el milagro de que hablara su hija, escuchó: -Señora, hablará su hija, cuando yo calle. Ante el asombro, y mejor, ante el gozoso espanto de su familia, un día la criatura comenzó de pronto a hablar como si lo hubiera hecho desde que tuvo la edad para ello. Loca su madre de alegría, en aquel mismo instante llamó al convento, preguntó por Fray Leopoldo, y escuchó, que acababa de morir. Fray Sebastián de V. CARIDAD HEROICA DE FRAY LEOPOLDO Un fraile original era el hermano Fray Leandro de Écija. Hombre de recursos inverosímiles, gracioso y ocurrente, se hizo tan céle– bre que aún se cuentan sus originales procedimientos. El propio P. Ambrosio de Valencina, celebraba las cosas de Fray Leandro, y el canónigo sevillano Juan F. Muñoz y Pabón, de reconocidos méritos literarios, escribió para él una inspirada «Güenaventura» que corre por ahí impresa. A sus cincuenta y siete años fue ope– rado en el Hospital de San Juan de Dios, de Granada, siguiéndose la muerte a los pocos días de la intervención, el día de San Antonio de 1913. Asistíale como enfermero, de día y de noche, nuestro Fray Leopoldo. Los vómitos del enfermo no le permitían tomar alimento alguno. Ni el capellán consintió darle nunca la comunión, a pesar de los deseos del hermano. Pero la gravedad fue extrema y el enfermo suplicó a Fray Leopoldo le trajeran el Santo Viático. Quería recibir a Cristo por última vez, antes de em– prender el viaje que le llevaría al en– cuentro definitivo con Él. Y Fray Leopoldo, que conocía el sentir del capellán, después de pedir ayuda a la Santísima Virgen, como en todo negocio importante, llama a la puerta del sacerdote. -Padre, Fray Leandro, que no lar• dará en morir, desea recibir el Santo Viático. -Pero, hermano, ¡no le tengo dicho que es imposible? No podemos expo• ner al Sacramento a un espectáculo desagradable. Sería una profanación. -¡Y dándole una partícula muy pe– queña? -insiste Fray Leopoldo. -Ni aún así, hermano ; ni aún así. Nos expondríamos igualmente. -Padre -replica el hermano como pesando sus propias palabras-, ¡y si hubiera alguien que estuviese dispues• to a tomar lo que arrojase el enfermo?

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