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convencido de la inminente catástrofe, estaba en otra habitación solo y no logré verle. Los familiares restantes lloraban alrededor del niño. En esta situación y sin prescribir ningún nuevo medicamento, me ausenté del domicilio de los padres y rogué me trajeran a mi casa. Mi papel lo creí terminado desde todos los puntos de vista. Al tío, que me acompañaba y conducía el coche, le anuncié el inminente desenlace , po– siblemente producido antes de que ambos llegásemos a mi casa, siendo la distancia entre ambos domicilios -del niño y del que suscribe- unos dos kilómetros aproximadamente. Les hablé de que el certificado de de– función podrían recogérmelo a la hora que quisieran, una vez que el niño muriese. Que no tendrían necesidad de esperar hasta el día siguien– te para que lo entregase, pues dada la amistad que con el tío me unía, podría sin inconveniente entregarlo a una hora cómoda para ellos. Me quedé en mi domicilio y anuncié a mi esposa la triste noticia del enfermito. Tenía necesidad de visitar más enfermos y anuncié a las mu– chachas de servicio que si alguien venía a que rellenase un certificado de defunción, hiciese el favor de esperarme, pues no tardaría en re– gresar. No sé la hora en que volví a mi casa, pero, desde luego, próximas las once de la noche. Momentos después llegó el tío. Inmediatamente salí a atenderlo, en el convencimiento de que venía a recogerme el co– rrespondiente certificado de defunción . Mi sorpresa fue enorme y creí que bromeaba cuando me decía que su sobrino se había puesto bueno. No lo podía creer. Le pedí que me llevase nuevamente al domicilio del enfermito, y ciertamente, comprobé que aquello era realidad. Yo no puedo asegurar que estuviese totalmente bien , es verdad ; pe– ro sí comprobé que allí no existía gravedad alguna, que el niño reía normalmente, la fiebre había desaparecido, el alimento lo toleraba a la perfección y otra vez tampoco era necesaria mi colaboración médica, esta vez, por ausencia de enfermedad ostensible. Les rogué que siguie– ran guardando las precauciones máximas ante tan extraña mejoría. Pero la mejoría se afianzó y el niño curó totalmente. Hace cuatro o cinco días lo he visitado de nuevo en mi consulta, por un proceso distinto y sin importancia. Y su estado de salud, como es perfectamente comproba– ble, es espléndido. Debo manifestar que ante aquella profunda extrañeza de tan rara y repentina mejoría del 5 de agosto, al preguntar a una abuela del niño sobre lo que allí había sucedido, me mostraron una estampa de Fray Leopoldo. Con esta respuesta sin palabras, sí era posible comprender y explicar todo lo que arriba manifiesto. Granada, a 8 de junio de 1962. Firmado: JAIME GARCIA ROYO 12

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