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De la a¡onía a un egJado de ~erfecla gal ud Informe del Dr. García Royo sobre la extraordinaria curación del niño Luis Javier Sánchez Ortiz En los últimos días del mes de julio del pasado año, asistió a mi con– sulta la famil ia del niño LUIS JAVIER SANCHEZ ORTIZ, domiciliado en la barriada de la Encina, bloque C, núm. 3, siendo la edad del niño sie– te meses. El niño venía padeciendo una colitis crónica con grave afec– tación del estado general. Había sido visitado por varios especial istas– puericultores de esta ciudad du_rante todo el mes de julio, ya que desde entonces venía resintiéndose de esta enfermedad. Cuantos tratamientos le habían instituido cuantos médicos le habían visitado, no producían en el niño efecto beneficioso alguno. Quizá tratando de probar con otro mé– dico más, los familiares trajeron el niño a la consulta del médico que suscribe. Puse en práctica los recursos más modernos y eficaces que la ciencia dispone, incluso requerí la colaboración de otros especialistas, concreta– mente de un famoso especialista de oídos -por si la causa de aquellas tremendas diarreas, rebeldes a toda terapéutica, pudieran ser sostenidas por alguna enfermedad ótica-. Se aplicaron conjuntamente a los míos los medicamentos que aquel compañero aconsejara, y el niño, a pesar de todo, empeoraba día a día sin que hubiera recurso humano que fuera capaz de atajar la enfermedad. La intolerancia de los alimentos era ab– soluta y las diarreas cada vez más intensas. La gravedad aumentó en los tres primeros días de agosto y el día 4 del mismo mes, el niño estaba tan gravemente enfermo, que hice perder a los padres cualquier esperanza sobre la recuperación del niño. Y el día 5 del mismo mes, comprobé que estaba gravísimo por la mañana. En la tarde del mismo día, y siendo aproximadamente las ocho de la tarde, me requirió un tío del enfermito con toda premura y urgencia porque su sobrino estaba muriéndose, me suplicaba que fuese pronto porque en otro caso no lo vería vivo. El tío estaba afectadísimo y daba muestras de profundo nerviosismo. Pero «por si algo había que hacer todavía» --decía el familiar- me suplicaba que lo visitase rápidamente. Un automóvil me esperaba a la puerta de mi domicilio para ganar más tiempo. E inmediatamente fui. Y puedo asegurar solemnemente que el estado aparente del niño era. un cadáver. Apenas si percibía el latido cardíaco. Su respiración era lentísima y profunda. Los ojos vidriados y la temperatura elevadísima. Convulsiones se repetían sin cesar en el en– fermito . Allí nada tenía que hacer en mi condición de médico y única– mente me limité a alentar a la madre, que con las vecinas de la casa, llo– raba en otra hab itación porque no quería ver morir a su hijo. El padre, 11

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