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- 12- ¿qué nombre invocáis en vuestras angustias y peligros, ó. la hora de la muerte sobre todo? ¿Los <le los i'eyes ó je– fes de partido cuyos intereses defe~déis? No por cierto, sino el nombre de J esús, el nombre de Dios; que sou los nombres de las criaturas, lo mismo que las criaturas que los llevan, frá– giles cafias, el apoyarse en las cuales para nada sirve más que para h acer más temible y peligrosa la ?aída,. y más amargo y desconsolador el desengailo.-A.hora bien; s1 es hazafía exclu– siva de Dios el salvar al hombre, aun individúalmente consi– derado, con mayor razón lo será el salvará pueblos y nacio- · nes. Porque, aparte de que pueblo significa muchedumbre, ¿quién no ve que las relaciones de unos hombres con otros que .el concepto de sociedad implica, engerrdra nuevas dificultades para la salvación, dificultades que no se encuentran en el indi– viduo aislado y solo? Esta es la causa porque yo me río de los entusiasmos de algunos católicos que lo fían todó de la rectitud y buenas intenciones de sus jefes, de la elocuencia de sus oradores, del talento de sus periodistas, de la organización de sus partidos, de las secretas alianzas con los jefes de otros ban- dos, tal vez de sus fusiles y cañones. ¡Vanas esperanzas! No es el hombre quien ha de salvar á nuestro pueblo, sino Dios. Los hombres podrán abrigar óptimas intenciones, podrán idear h er– mosos proyectos de gobie~no, podrán exponer aquellas inten– ~iones y estos p royectos en elocuentes discursos y aprestar todo linaje de armas para su realización y defensa; todo estorpodrán hacer los hombres; pero el ganar la voluntad del pueblo el enardecer al pueblo en el amor del bien y de la verdad, el le– vantarlo contra los enemigos de Cristo á pedir, con las armas en la mano si es preciso, la restauración íntegra de los dere– chos de Cristo en el gobierno de las naciones, esto sólo lo hace Dios, aquel Dios que con la facilidad con que yo lev~nto el bra– zo puede convertir á todos los reyes y pueblos del mundo, y trocarlos en un punto, de perseguidores en defensores entu– siastas de la Religión católica. Y a, pues, que el nombre de Dios es el único que nos puede salvar, brille por cima de todo otro nombre entre los pliegues de nuestra bandera. Ventaja es tan1bié11 exclusiva. del nombre <le Dios para los defensores de su causa, el no tener que variarlo nunca. Los católicos que primero se lla1naron cristinos, se llamarqn des– pués isabelinos y últimamente alfonsinos; los que h oy os ap e– llidáis carlistas, mafíana seréis jaimistas, y :i los que ahora os apodan con el epíteto de nocedalinos, no sé cómo os apodarán el clía que elijáis otro jefe. Esta variación de nombres es natu-
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