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15 Pues bien, el P. Tremblay, como todo francés, creia sin discusién en el dog- ma caracteristico de la ideologia francesa de todos los tiempos: el de creer que tienen en sus manos los destinos del mundo entero. Juzgaba el P. Tremblay, al igual que Richelieu, que «siendo Francia capaz por si sola de llevar a feliz tér- * mino la Cruzada contra los herejes y los infieles, trabajar por el engrandeci- miento de Francia a base del aniquilamiento de Austria, era trabajar por la cau- sa del Catolicismo. (1) Esta misma idea expresaba Richelieu, (2) cuando decia que no acogotar a Austria era «poner grillos a la Cristiandad y hacer del Papa un capellan de los Habsburgo». La clave de toda la actuacién politica del P. Tremblay nos lada esta frase de una carta suya: «De Francia, dice, ha de venir el remedio de los males dela Cristiandad, siendo, como es ella, el corazén del cuerpo cristiano.» Sofiaba, en efecto, el P. Tremblay con una Francia grande y poderosa que fuera en Europa, custodia de la paz y, fuera de Europa, heraldo del Catolicismo con sus falanges misioneras. Al menos, nadie podré discutir la buena fe del P. Tremblay; y no se olvide que, si es facil equivocarse en este mundo, lo es mucho mas en politica, que es una selva de enredos y combinaciones. EI P. Tremblay en la Dieta de electores de Ratisbona (1630) Hallabase vacante el ducado de Mantua, feudo del Imperio, y el pretendien- te que mas derechos alegaba era Carlos de Gonzaga, duque de Nevers, el cual contaba con el apoyo decidido de Urbano VIII, que buscaba en Francia un con- trapeso contra Espafia. El Emperador Fernando II, herido en su amor propio porque el duque de Nevers hubiera tomado inmediatamente posesién de su herencia, sin haber so- licitado la investidura imperial, puso el ducado en secuestro, mientras el Conse- jo de los electores no resolviera el asunto. Esio motiv6é la guerra entre Francia y Espafia, apoyada ésta por el Em- pe-ador. El mejor general de Fernando II, Wallenstein, era opuesto a esta guerra, pues consideraba una temeridad distraer las fuerzas imperiales en el momento preciso en que Gustavo Adolfo desembarcaba con sus tropas en Alemania; pero, animado por los éxitos de las tropas imperiales, se disponia tambien a partir para Italia. : Entre tanto los principes electores, pilares fundamentales del Imperio, es- taban grandemente agraviados con el Emperador, que los tenia preteridos, apo- yado en su general Wallenstein; y, capitaneados por Maximiliano de Baviera, exigieron resueltamente que fuera destituido el general, que les hacia sombra y que era el instrumento de los planes absolutistas de Fernando. Este doble antagonismo entre el Emperador y los principes protestantes, por un lado, y entre Wallenstein y los electores catdlicos, por otro, fué aprove- chado astutamente por Richelieu, que logré tender al Emperador una celada. Envi6, en efecto, a la asamblea de electores de Ratisbona a su mejor diplo- (1) Lavisse. t. V. 2 parte. 368. (2) Memoires, t. 1-228,

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