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14 del sitio de la plaza—«cui magne: ex parte hujus urbis owes et reductio adscribi debet». Anulado politicamente con la pérdida de la Rochela el eatin protestante francés, volvié a pensar el P. Tremblay en la cruzada contra el turco; tambien el Papa Urbano VIII, al felicitar oficialmente a Luis XIII, el dia 28 de Neamgeeee de. 1 628, le natant vivamente a emprender la cruzada. (1) Caracter de la Guerra de los Treinta Afios (1618-48) ’ Alemania fué, en el siglo XVII, teatro de una guerra sangrienta y encarni- zada, que asolo el pafs, convirtiéndolo en un vasto cementerio; las fieras pene- traban en manadas en los poblados, y sus habitantes emigraban aterrados. Segtin célculus fidedignos, Bohemia, que rebasaba de los cuatro millones, qued6 reducida a 800.000 habitantes (2), y millares de familias viéronse obliga- das a emigrar de aquel pais antes floreciente (3). Es preciso observar que aquellas guerras, llamadas de religién, se convir- tieron muy pronto en guerras eminentemente politicas: ya no estaba en litigio la religién sino la hegemonia de Europa, que se disputaban las Casas de Austria y de Borbon. La religién era s6lo el pretexto; y mientras los Habsburgo hacian los impo- sibles por identificar su causa con la Religion, que nunca ha estado enrolada a ninguna faccién politica, sino encima de todas para santificarlas, Richelieu, por su parte, pretendia con su politica disipar esa confusién, tan provechosa para los Habsburgo. Tan poco peso tenia la Religién en este litigio que el mismo Papa declaré, contestando a algunos murmuradores, que la guerra contra los Habsburgo no era una guerra religiosa. (4) Tambien los protestantes han reconocido este cardcter laico de la Guerra de los Treinta Afios. El principe protestante, Federico Guillermo de Brandebur- go, decia en 1.658: «Con el pretexto de religion y libertad... hemos derramado nuestros bienes y nuestra sangre, nuestra honra y nuestro buen nombre, sin lo- grar otra cosa que hacernos esclavos de naciones extrafias. (5) Insisto particularmente sobre esto, con el fin de atenuar la responsabilidad del P. Tremblay que, al secundar los planes de Richelieu, contribuy6é de hecho al establecimiento de la supremacia politica de los protestantes en Alemania. El partido ultracatélico francés fué enemigo acérrimo de esta politica de alianzas con los protestantes, pero no olvidemos que el P. Tremblay goz6 en todo momento de la confianza del Papa, Jerarca supremo de la Iglesia. Es muy dificil sobreponerse a los prejuicios y preocupaciones de los compa- triotas entre quienes se vive: el metal adopta la forma del molde en que se vacia. (1) El P. Tremblay no fué un sofiador visionario én su apasionamiento por la organi- zacién de una Cruzada Europea contra los turcos. Esta idea fué anterior a él y subsistié después de su muerte; esta idea palpitaba tanto en la corte de Enrique IV, como en el reina- do de Urbano VIII y Paulo V. (Gabriel Hanotaux, «Hist. du Card. Rich. t. Ill, pag, 87.) (2) Onken, t. 24, 166. (3) «Un dia que algunos jesuitas se gloriaban en Roma de haber convertido ellos so- los Bohemia entera, el capuchino Valeriano Magno, gran diplomatico, que también hab{a in- tervenido en este asunto, dijo sonriendo a Urbano VIII: «Santo Padre, deme a mi tan buenos soldados como ha dado a los jesuitas, y yo me comprometo a convertir al ee el mundo entero.» (Reuss) (4) Contarini, Relatione di Roma, 1.635. (5) Klopp. IV, 855.
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