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13 El bloqueo formal de la ciudad comenzé a fines de diciembre de 1.627, y no bien comenzados los primeros trabajos, todo el mundo queria irse. «El rey, dice Richelieu, comenzé a aburrirse en la Rochela hasta tal punto que lleg6 a creer en peligro su vida, si no volvia a Paris.» Se le hacia insoportable la mala habitacién, la falta de diversiones y las llu- vias continuas del invierno; y su corte, que participaba de Jas mismas preocupa- ciones, le animaba a volverse a Paris. <A lo cual se oponia tenazmente el Car- denal, influenciado por el P. Tremblay» (Lepré-Balain). No obstante, el rey partié para Paris en Febrero de 1.628, para «cazar zo- rras en los bosques de Versalles», como escribia el Nuncio de Su Santidad. Para todo el tiempo de su ausencia nombr6 a Richelieu su teniente general con gran disgusto del Cardenal, preocupado por la responsabilidad y por el miedo a las maniobras de sus enemigos cerca del rey. Es muy expresiva la carta que escribié al cardenal de la Valette el mismo dia de la partida del rey; «yo era un cero, le decia, que valia algo, cuando habia nimeros delante de mi, pero ahora que ha sido del agrado del rey ponerme al - frente, soy el mismo cero a la izquierda, que no vale nada». Preveia con raz6n que los franceses, siempre impacientes, no sufririan permanecer por mucho tiem- po delante de la plaza, y creia imposible cerrar a los navios el canal que daba acceso al puerto, y temia ademas que los ingleses volvieran a socorrer la plaza. EI P. Tremblay, que estaba al corriente del estado de dnimo de Richelieu, se opuso tenazmente a que abandonara la empresa para seguir al rey. No fueron sdlo estos los servicios realizados por el P. Tremblay. Estaba en inteligencia con el sefior de Lizén, teniente general de la Rochela, y con Feu- quiéres, primo suyo, quien le escribia dos veces por semana, y en estas condi- ciones crey6 poder sorprender a los sitiados més de una vez, destacando varias compafiias para asaltar los puntos vulnerables de la plaza. También se propuso cortar la fuente de agua dulce, que abastecia a la ciu- dad, apoderdndose del manantial, que lo conocia por las confidencias de sus amigos; durante algtin tiempo se trabajé en esta empresa con tal éxito que ya los sitiados no tenian mas que dos pozos de agua potable, pero los jefes y ofi- ciales pusieron el grito en el cielo por el riesgo que corrian los soldados al apro- ximarse demasiado a las murallas, consiguiendo que cesaran Ics trabajos, que hubieran adelantado cinco meses la toma de la Rochela. Por fin Richelieu se decidié a jugarse la ultima carta, mandando construir un dique magnifico de kilometro y medio de largo, con el objeto de impedir que los ingleses vinieran en auxilio de los sitiados. Estos, reducidos a comer cadé- veres desenterrados, hubieron de rendirse, y Guitén, presentando las Ilaves de la ciudadela, dijo: «Sefior, nos honra mas obedecer ai rey, que sabe tomar nues- tra ciudad, que al que no la sabe socorrer.» Asi fué conquistado aquel nido de piratas, abierto sdélo al extranjero. «Fueron momentos de indescriptible emocién cuando los Capuchinos desfi- laron procesionalmente por las calles de la ciudad, llevando la cruz y cantando el Te Deum» (Mercure Frangais). El cardenal Richelieu quiso premiar al incansable P. Tremblay, ofreciéndo- le el obispado de la Rochela; pero el P. Tremblay, que habia ya rehusado «con una santa y aspera obstinacién muchos obispados y arzobispados», se mostré irreductible. Los «Memorabilia» (p. 72) de los capuchinos, al consignar la nueva funda- cién capuchina de la Rochela, atribuyen al P. Tremblay la mayor parte del éxito

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