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7 y Feller, trataron de vindicar la memoria del P. Tremblay y afirmaron que «en todo tiempo di6é pruebas de una virtud rara y de una gran capacidad». Mucho era esto, pero no lo bastante para anular el triste crédito de Richard. Victor Cousin elogié al P. Tremblay en su obra «La juventud de Mazarino», después de haberlo juzgado bastante mal en su «Vida de Madame de Hautefort.» Esta rectificacién se debié a instigaciones de su amigo Jules Pelletier cuien, durante 10 afios, habia recorrido los archivos de Europa, logrando reunir una coleccién riquisima de documentos sobre la obra politica del P. Tremblay. Su verdadera rehabilitacién se debiéd a G. Fagniez (1); posteriormente se han escrito numerosas tesis doctorales sobre la multiforme actividad del P. Trem- blay, y en nuestros dias Louis Dedouvres, decano de la Facultad de Letras de Angers, ha conseguido hallar los resortes intimos de la actividad politica del P. Tremblay. (2) Pienso demostrar en este estudio que el P. Tremblay fué un sabio y un santo en politica, realizando el fenémeno poco conocido del apostolado por la politica. Observa Stanley Leathes que Richelieu no tuvo gente de iniciativa a su lado; esto es inexacto con relacién al P. Tremblay, que no fué un lacayo, una hechura de Richelieu, sino que supo mantener su independencia de criterio atin por en- cima del Cardenal. La paz de Loudan (1.616) La Francia de aquella época se desangraba en continuas revoluciones; los nobles y los principes, ganosos de dominio y de dinero, renovaron los tumultos reprimidos por Enrique IV, entregandose a miserables intrigas; «la tinica aspira- cién de estos revoltosos era venderse al Gobierno lo mas caro posible» (Henri Martin.) Por otra parte, el partido protestante, en pugna con la Francia tradicional fundamentalmente catdlica, se alzaba amenazador como un monstruo de siete cabezas. La reina-madre, Maria de Médicis, fué nombrada regente en la menor edad de Luis XIII, y quiso contentar a la bulliciosa nobleza con pensiones y dadivas de las arcas reales. Esta politica de debilidad dié pronto sus resultados; los principes, en extra- fio contubernio con los hugonotes, se alzaron en armas contra el favorito Con- cini y reclamaron de la regente la reunién de los Estados Generales. Esta primera guerra civil terminé con el tratado de San Menehould (1.614) y ocasion6 la reunién de los Estados Generales, que resultaron opuestos a las pretensiones de los principes rebeldes. Esto puso de nuevo fuego a la mina, dando principio a la segunda guerra civil. En lugar de hostilizar a los rebeldes, Concini aconsejé que se transigiera con el Principe de Condé, su jefe, y que se iniciaran las negociaciones, que lue- go cristalizaron en el tratado de Loudtin. Si en San Menehould se trataba sdlo de llevar la paz a la nacién, en Lou- diin era preciso, ademas, defender la ortodoxia de Francia. (1) Le Pére Joseph et Richelieu-2 vols Paris, 1893. «<Pocos trabajos, en estos tiltimo afios, han hecho tanto honor a la ciencia francesa como esta obra.» (Lavisse-Rambaud, t. v. 2 p., 529) (2) Le Pére Joseph de Paris. Beauchesne, 1932. 2 vols.
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