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5 rio que siempre envolvié su actuacién, y por el contraste de su actividad politi- ca con su profesién de religioso capuchino. Mathieu de Morgues, el célebre libelista de la reina madre, convertido en ciego instrumento de su oposicién a la politica de Richelieu, dice del P, Trem- blay que era «un buen Padre que revienta de ambicién dentro de un saco de pe- nitencia; que quiere atraerse a si las mds grandes dignidades de la Iglesia con su grueso cordén, y que, bajo su burda capucha, oculta el ansia de alcanzar el sombrero de escarlata...» Es «un libertino y un hipécrita, que bajo la santidad de su habito esconde un-cuerpo hediondo y una alma perversa...» Es un «monje emancipado». si no es mas bien «un monje luterano...» Es «un infiel servidor de! rey..., que empafia la corona con los sucios vapores de su boca hedionda, y la ennegrece con la tinta de su mala pluma.» En 1702, publicaba el abate Richard una vida del P. Tremblay, que era to- do, menos su glorificacién, y habiendo quedado defraudado dos afios mas tarde en su pretensién a una canonjia de Ntra. Sefiora de Paris, que dependia del Mar- qués de Tremblay, sobrino segundo del P. Tremblay, publicé otra obra detesta- ble donde recogié todas las odiosas calumnias de los libelistas contempora- neos. (1) Bien podian alegrarse los historiadores protestantes Leclerc y Levassor. al ver confirmadas sus truculencias por la pluma de un sacerdote catdlico. Asegura formalmente Richard que el P. Tremblay envié al Levante misio- neros capuchinos, a modo de espias, con el objeto de levantar a los principes contra la Casa de Austria; que hizo matar al duque de Buckinghan, cuando es- taba a punto de embarcarse para la Rochela; que impuls6 al rey de Suecia a to- mar las armas contra el Emperador, y que hasta lleg6 a acufar moneda falsa en la Bastilla. Finalmente, para producir mas efecto, afirma que murié desespera- do y envenenado por el mismo cardenal Richelieu, quien, a pesar de la emistad que antes le habia profesado, lleg6 a burlarse de él en su misma agonia. Toda esta leyenda negra continué en pie, sin hallar un refutador vigoroso. hasta que, en el siglo XVIII, Voltaire, la gran autoridad de su tiempo, hizo en su «Ensayo sobre las costumbres>» el retrato del P. Tremblay, inspirandose en las odiosas caricaturas de Morgues y Richard. «El capuchino José de Tremblay—nos dice Voltaire,—es un hombre tan singular en su género como el mismo Richelieu. Entusiasta y tramoyista, fanati- co y brib6n, queria simultaneamente organizar una cruzada contra el turco, ser fundador de las religiosas del Calvario, componer versos, negociar en todas las Cortes, y ascender a la ptirpura y al Ministerio. Este hombre era admitido en esos consejos de conciencia, inventados para hacer el mal en conciencia.» En 1826, Alfredo de Vigny dié vuelo a toda esta trama de inexactitudes y calumnias con su novela «Cing-Mars ou une Conjuration sous Louis X//1,» que obtuvo un éxito extraordinario, a pesar de las muchas y excesivas libertades histéricas que contiene. En ella pinta a Richelieu, como un odioso e insoporta- ble tirano de Francia, y a su lado presenta a su consejero intimo, P. Tremblay. como el ser mas ridiculo y detestable. El retrato fisico del Capuchino aparece en caricatura. : Segtin Vigny, el P. Tremblay tenia «ojos bizcos, boca torcida como la del mono, voz gangosa y plebeya, sonrisa astuta, malvada y siniestra; era un viejo (1) «Veritable P. Joseph, Capucin, nommé au cardinalat, contenant histoire anecdote du Cardinal de Richelieu.»
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