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14 fermos en Tocunduba, en la provincia de Para; y la tercera en la misma provin- cia, en S. Antonio de Prata. Providencialmente el P. Daniel, er la mafiana Je aquella matanza, estaba curando a los leprosos de Marauhao. Durante muchos afios derroché los tesoros de su caridad, con su sonrisa placida de nifio, con su jovialidad sincera y su ternura sacerdotal. Si alguna vez se le recomendaba, que tomara las precauciones debidas pa- ra evitar el contagio, el joven misionero respondia con heroica simplicidad: Es- tos infortunados necesitan de un hermano, y de un consolador; quiero ser am- bas cosas para ellos. Un dia, era en el afio 1908, noté el P. Daniel cierta insensibilidad en el pie izquierdo. No tenia, al parecer, importancia; era una mancha de dos centimetros de didmetro. Pero el P. Daniel lo comprendié todo. Su florida juventud ibaa marchitarse; el porvenir se le pre- sentabaerizado de torturas atroces; seria devorado por la lepra. Los Superiores, aterrados, se apresuraron a llamarlo a Europa, y le enviaron, en busca de curaci6én, a los mas renombrados médicos; pero en Londres, como en Roma, como en todas partes no oyeron mds que esta fatidica palabra: No hay remedio. El joven religioso no se preocu- p6 entonces de los médicos de la tierra; se presenté, como peregri- no, en la Gruta de Lurdes a la gran Doctora de nuestro siglo, a la tinica que supo y sabe curar a tantos en- fermos incurables, Ved lo que acon- tecié. Es el P. Daniel quien nos na- rra el hecho: Me encontraba en Lurdes por los dias 21 y 22 de Agos- to de 1908 en ocasién de celebrarse un triduo a Sta. Juana de Arco. Re- cé con verdadera fe y devocién ala Un leproso cuidado por el P. Daniel Virgen Inmaculada;tomé el bafio en la piscina milagrosa, y en la Proce- siédn Eucaristica ptiseme en la fila de los enfermos para ser bendecido con el Santisimo. En el solemne momento en el que Sr. Obispo pasaba delante de mi que estaba arrodillado, fijése en mi y no encontrando sefial alguna exterior de enfermedad, dettivose y preguntéme; estas enfermo? Si, fué mi respuesta. Alzé entonces la Custodia, y mientras tra- zaba la sefial de la cruz para bendecirme, estaba yo con los ojos fuera de sus érbitas y fijosen la Hostia Santa, y acorddndome del leproso del Evangelio, murmuraron, instintivamente, mis labios: Domine, si vis, potes me mundare. Sefior, si queréis, podéis limpiarme. Pero entonces senti una voz misteriosa y oculta, aunque sensible a mi corazon: «No, no quiero; vete en paz, pues recibiras otra gracia. Tu enfermedad sera para mayor gloria de Dios y para tu mayor bien espiritual.»

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