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10 desde 1852; en un principio por Capuchinos franceses de Sabo- ya, por los Capuchinos suizos después. Su ministerio fué muy fecundo, pues casi todos los is- lefios abrazaron la religion caté- lica, excepcién hecha de algunos centenares de paganos. El que nuestros misioneros consiguie- ran tan magnificos resultados, fué debido a que su ministerio fué hermoseado con la hercica caridad que ejercitaron con los leprosos, que no eran pocos. Y esta abnegacién frente a miseria tanta fué, como lo es siempre, el mas poderoso de los conquis- tadores, Y no se vaya a creer que la conquista de los leprosos fuera algo insustancial y sin valor, pues no han sido pocos los leprosos que se han elevado al nivel de los santos. Un misionero cuenta cémo conocidéd aun joven leproso de 23 afios al que habia curado en cuerpo y alma. Como no hubiera podido llevarle la comunién en los dias de Navidad, recibié el 31 de diciembre esta carta conmovedora. j«Pa- dre mio, cuan grande debié de ser el gozo de Simon el leproso, cuando Jestis se dign6 visitarle y qué bendiciones tan inmensas recibirian Simén y su familia, de su huésped! Padre, vos sois el representante de Jestis, haced que yo partici- pe de la alegria de Sim6n, y que mi caércel reciba un poco de esta divina bendi- cién. Vos aceptaréis quizd el refrigerio que mi hermano os ofrecerd; y entre- tanto yo, pobre leproso, bendeciré larga y humildemente a Jestis.. Yo le rogaré que bendiga copiosamente este afio y todos los que paseis con nosotros en las Seicheles. Yo sé, que Jestis me oird, no porque yo se lo pida. pues no soy sino un pobre pecador, sino en atencién a Vos que todo lo habeis abandonado por amor a él: padres, amigos, patria, y la bella Europa. Si, quiero pedir a mi Salvador que os conceda una perfecta salud y muchos ajios de fructuoso apos- tolado, a fin de que vuestra cosecha sea abundante, y vengamos todos en ma- saa vucstro encuentro, alas puertas dela Jerusalén celestial, cuando llegue para Vos la hora de vuestra eterna recompensa». éNo es verdad que esta pagina no desmerece en nada de cuanto han escrito las almas mas adelantadas en los caminos del Sefior? Y cuando yo, contintia el misionero, recorri 25 Kilémetros desde Puerto- Victoria para visitar a mi leproso, noté el hedor de descomposicién y de muer- te que brotaba de su cabafia. El desgraciado no era mas que un girén humano. Dijome con voz apenas perceptible, moribunda. «Gracias, Padre, por haber ve- nido; sera la tiltima vez». Se confesé y comulgé con gran fervor; después afia- dié: «ahora muero contento, desde el cielo rogaré por Vos». La fe, la esperan- za y la caridad habian consolado, sostenido y transformado el dolor del leproso; hicieron de él un bienaventurado. Y ya que nos hallamos en las islas diseminadas del océano, permitidme que Una leprosa de la Isla de Pascua

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