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A misién de los capuchinos de Toulouse se halla situada en el 4.° grado de latitud. En el 6.°, en un clima grandemente mortifero, trabajan los capuchi- nos suizos en la misién formada por los nticleos centrales de Kenia y Mozam- bique. Cuando en 1922 tomaron posesién de aquel puesto, encomendado a su solicitud, tambien encontraron leprosos. No vagaban en dicho pais, sometido ala dominacién inglesa, como en Abisinia por las rutas y caminos, sino que se hallaban concentrados y vivian sin consuelo, sin fe, lamando a la muerte con el grito de desesperacién en los labios. Los capuchinos sintieron conmoverse sus corazones a la vista de miseria tan profunda; y el afio centenario de la muerte de S. Francisco instalaban, como homenaje a su Serdéfico Padre, una leproseria en la que se acogieran aquellos infortunados. Adquirieron un vasto terreno cubierto de bosques, cruzado por arroyos rumorosos, abundante en valles y colinas; terreno que los indigenas para indicar su superficie, dicen gentilmente que se necesita una hora para reco- rrer toda su largura, y media para medir su latitud. En ese lugar encantador levantaron los PP. cinco pueblecitos de chozas, en donde se alojaron los leprosos, roturando ellos mismos, segtin su capaci- dad, los terrenos de sembradura. En el centro de esos pueblecitos colocaron la iglesia. A aquel conglomerado de chozas dieron el nombre de Asis, y a la iglesia, el de Porcitincula. Nombres significativos, sinénimos de alegria, de paz, de bien, muy propios para endulzar las amarguras de aquellos leprosos inconta- bles, que viven, desde entonces, rodeados de consolacién, fortalecidos por san- tas esperanzas. Porque esta magnifica obra se halla situada no lejos de la es- tacién misionera de Kipotinu, acudiendo todos los dias los PP. para ensefiar a los leprosos las verdades de nuestra religién, y las religiosas para curar sus cuerpos doloridos. El resultado es admirable. Como en la leproseria de Harrar, en esta de Asis ningtin leproso ha pasado a mejor vida sin haber recibido antes el bautismo. Todos acuden con ansia a la Porcitincula a instruirse en las verdades cris- tianas, y si hay algo que emociona y enternece, ese algo es ver pasar frecuen- temente al misionero por ese inmenso hospital, Ilevando el Santisimo Sacramen- to de choza en choza para ser la fuerza de los enfermos, el vidtico en el camino a la eternidad. Si los enfermos abundan en concolaciones, no son estas escasas tratando- se de los misioneros. Después de haber comulgado una anciana leprosa, se ex- presaba de esta manera: Ya sabes, Padre, que antes hacia yo esto y lo otro, pero ahora que he recibido al buen Dios, me guardaré muy mucho de hacerlo. Otra, instruida en las verdades esenciales, pide con insistencia el bautis- mo, y tendida en tierra, acariciada por el sol poniente, abandona esta tierra mi- serable en presencia de los religiosos, de los cristianos y de muchos paganos que se habjan congregado. De esta manera ve el misionero colmados sus deseos. Frente por frente de Dar-es-Salan se hallan situadas las antiguas islas fran- cesas, las islas Seicheles, perdidas en el océano indico. Fueron evangelizadas

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