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7 Pero aun en el ambiente cristiano que ampara y socorre a los leprosos, algo les falta a estos infortunados; les falta un asilo en donde poder sufrir en calma. Sufrir en calma, lo repito, porque los leprosos no son tan solo menesterosos, indigentes; son enfermos, necesitados de reposo, de tran- quilidad. Ademds su enfermedad es contagiosa. Por eso los misioneros fun- daron la leproseria con estos dos fines: dar un poco de tranquilidad a los . infortunados y precaver el contagio. Penetremos en esa morada de dolor para ver cémo han conseguido es- te doble objeto. Una grata sorpresa se ofrece ante nuestros ojos; es el con- traste que ofrece la ciudad hospital, tan limpia, y las hediondas calles de El P. Carlos y Fr. Teotimo entre los leprosos Harrar. Pero hay algo mas que limpieza; es una limpieza encantadora, una hi- giene bella, sonriente. Las casitas de los leprosos se ven sombreadas por los terebintos, de hojas verdes y frescas, y las manos de la caridad han derra- mado profusamente flores para alegrar este lugar, de suyo tan triste. Los setos estan florecidos, el geranio, la dalia estan en perpetua epifania. Y como si todo esto fuera poco, parece que se han dado cita bandadas de pdaja- ros, de bengalis sobre todo. En dos departamentos distintos se halla dividida la ciudad; uno para los hombres y religiosos que les sirven de capellanes y enfermeros; otro para las mujeres y religiosas enfermeras que, a los ojos de los paganos, son ima- gen viviente de la caridad. Entre tantos cobertizos de paja, uno hay que se halla totalmente vacio; la escuela. La escuela para los leprosos. La instruccién que reciben todos los dias en la capilla, no es suficiente para saciar aquellas almas, dvidas

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