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6 dio la rutina y la costumbre en esas frecuentes comuniones? Esto es lo que me traia algtin tanto preocupado y perplejo. Pero por otra parte, al ver la dulcificacién de sus caracteres, la paz y alegria en leprosos de tempera- mentos tan variados, érame forzoso concluir que una causa sobrenatural pro- ducia tan felices resultados». Estos son los bellisimos frutos recogidos en tantos afios de abnegacién y sacrificio. Pero el horror que inspiran a los estranjeros, esos leprosos que vagan errantes por los caminos abisinios, puede llenar de indignacién a cuantos desconocen las costumbres de Abisinia e irritarlos contra un Gobierno, que, a sus ojos, dejaria mucho que desear. No aventuremos el juicio. Abisinia, por cismatica y hereje que sea, es ante todo un pais cristiano y su legislacién se halla impregnada del espiritu del Evangelio, por lo que a los pobres y enfermos se refiere. Como en los paises occidentales en la Edad Media, los leprosos son considerados por los cristianos abisinios como «los pobrecitos del buen Dios». Lejos de estar muertos civilmente, gozan, como los demas ciudadanos, de todos los derechos. Pueden comerciar, y ejercer un oficio, al menos mientras la enfermedad permanezca oculta. Si el leproso es rico, vivird reti- rado en su casa; si pobre, podrd habitar en casitas fuera de las ciudades, y pedir limosna a lo largo de los caminos, en las puertas de los mercados y de las iglesias. No es el paria burlado y perseguido por las muchedumbres espantadas. En Abisinia el leproso jamds se verd molestado. Con todo, ha sido ne- cesario que las autoridades intervinieran, pues junto a los pueblos cristia- nos, dutados de profundo respeto religioso por los desgraciados, se hallan los paganos y musulmanes, animados de muy diversa indole y condicién., El leproso es, para el pagano y musulman, algo incémodo y ofensivo,{que debe lanzarse de las ciudades, 0 alo menos alejario dela humana convivencia; es el perro sarnoso, la bestia inmunda cuyo contacto-debe desanarecer me~ diante las purificaciones legales. «Si ves un leproso, ensefia el cédigo islamico, cdlzate zapatos de hie- tro y apartate a una distancia de cuarenta codos». Es verdad que los musulmanes se cuidan muy poco de esta legislacién: pero no es menos cierto el desprecio que sienten por el infortunado lepro- so; cuando se topan con alguno de estos, se tapan herméticamente nariz y boca, temerosos quizd del contagio, pero mds temerosos de incurrir en una mancha legal. : Paganos y musulmanes secuestran implacablemente a los leprosos. Loa- ble es toda precaucién profilactica, pero no se ha de llevar al extremo de que parezca que pueblos enteros se ven dominados por el terror que infun- de la lepra. Acosados por su propia familia, los leprosos, antes de vivir como parias, expuestos a una tragica muerte, no tienen otro recurso que acogerse a los brazos de la caridad cristiana para encontrar en ella, lo que les niega la humanidad pagana.

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