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vesidencia en este feudo de Ras Makonnen, célebre por su vic- toria de Adua. No eran pocos los leprosos que discurrian por las calles de Harrar, siendo de lo mas triste y lamentable su estado y condi- cién, pues nadie queria alojarles en sus casas, a causa del horror que a todos infundian. Alo sumo se les toleraba el que tendieran sus manos mutiladas para reci- bir una raquitica limosna. Por la noche se cobijaban en las calles, sirviendo muchas veces de presa a las hienas hambrientas que se cebaban en sus pobres cuerpos. | Hasta el punto de que el Ras Makonnen pensé en arrojarlos El P. Maria Bernardo, en traje de Capellan militar de la ciudad. Validése de los soldados para la captura de los leprosos, dis- persando a los abisinios enel interior del pais, y a los de raza Galla (con- quistada por Menelik) colocdndolos y agrupdndolos fuera de la ciudad en chozas miserables, defendidas por cercos de espinos para libertarlos de las acometidas de las hienas. No podian en manera alguna franquear las murallas de la ciudad. Esto acontecia, cuando el P. Maria Bernardo llegado el 11 de Febrero de 1901 a Harrar, atravesaba las puertas de la ciudad para visitar a aquellos infor- tunados, Dirigidles palabras de consolacién y a imitacién de Jesucristo repartié el pan entre aquellos pobres. El asombro y alegria de los sin ventura fué inde- cible; asombro que subié de punto al oir al Padre que les pedia permiso para en- trar en sus cabaiias y visitarles de vez en cuando. Visitéles y cur6é, ayudado de dos religiosas franciscanas de Calais, las lla- gas de aquellos desgraciados. Con esto se capt su carifio y su simpatia; y en adelante los leprosos correrdn al encuentro de su bienhechor, le saludardn de lejos, le besardn las manos, y levantardn los brazos sobre su cabeza, como para atraer sobre él las bendiciones del cielo. Como reguero de pdlvora se extendié por todas partes la venturosa nueva de caridad semejante, y nuevos leprosos acudieron a participar de sus beneficios. El Ras Makonnen quedé grandemente maravillado, se interes6 por la suerte de los leprosos, cediendo una porcién de tierra en que recogerlos. No se contenté con esto; pagé los gastos de la ereccién de una leproseria y encomendé la di- reccién de las obras al P. Maria Bernardo. Dios bendijo visiblemente la empre- sa. El P. Maria Bernardo redobla sus atenciones con los leprosos, aguardando, impaciente, la edificacién de locales definitivos, y a medida que los cuerpos son cuidados, la gracia divina se infunde en las almas, y las conversiones no son pocas, y las primeras flores muestran ufanas su lozania; son las primicias de esas conversiones que no tardardan en florecer. La ciudad-hospital tan deseada por el Ras Makonnen es ya consoladora rea- lidad. Se compone de abundantes calles bien espaciosas y admirablemente orien-

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