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89 , el orden del espíritu, ni conseguirás triunfos y trofeos gloriosos de tus enemigos espiritua les, ni practicarás un acto heroico en la con- secución de las virtudes, ni en el cumplimien.- to de tus deberes, si no llegas á alcanzar el espíritu de sacrificio. La razón de que se vea hoy tan poco heroísmo, así entre las perso nas que sólo aspiran á la mera vida cristiana como entre las que se han propuesto conse- guir la perfección evangélica, está en que no hay espíritu de sacrificio. De cualquier obs- táculo, de cualquiera dificultad, del más mí nimo respetillo humano se espantan hoy y se atemorizan las almas, detienen sus vuelos, apagan sus ánimos, dan al traste con sus pro- pósitos y dejan esos actos de cristiana valen- tía de que tan frecuentemente hay que dar pruebas en la presente vida. Si falta el espí- ritu de sacrificio, falta todo. Por eso los que lo tuvieron llegaron á ser santos, dejándonos tan asombrosos ejemplos de virtud y heroísmo. Espíritu de sacrificio tenía San Pablo, que decía: «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero, ni la fuerza, ni todo lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni otra nin- guna criatura, podrá jamás separarnos del

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