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e cen adelantar en la santidad. Ella pone en el alma un encendido amor de Dios y un gran- dísimo horror al pecado: ella hace se eviten no sólo las culpas graves, sino también las leves deliberadas y aun el afecto á ellas; por ella se mantiene el corazón alejado de las ba- gatelas del mundo, de los ardides, por sutiles que sean, del demonio y de los halagos de la carne: á ella se debe se mantenga el espíritu en un constante y perseverante deseo de amar cada vez más y servir cada vez mejor al Señor: y á ella, en suma, debe atribuirse se halle siempre el alma límpida, como un vaso de agua pura, tersa como un bruñido metal, exenta de culpa como un ángel de la gloria. La limpieza de conciencia ó pureza de co- razón es, por otra parte, y precisamente á causa de lo dicho, una de las cosas que más agradan á Nuestro Señor. Es cosa de todos muy sabida y muy repetida, que la semejanza es causa de amor: y como la pureza de cora- zón hace que no haya en uno pensamiento, palabra, acción, aspiración ni deseo que des- diga lo más mínimo de Dios tres veces san- to; sino que todo lo que uno piensa, habla, ejecuta, anhela ó desea esté en la más cabal harmonía con su infinita santidad: de aquí es

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