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64 — que las punzantes espinas le causaron en la cabeza y en las sienes. Fuera el junco mari: no, cuyas espinas son muy fuertes y muy agudas, como quieren los autores antiguos; fuera la zarza blanca ó espina de Cristo, cuyos pinchos son asimismo muy punzantes, como afirman San Jerónimo y San Gregorio Niseno; fuera cualquier otro arbusto espi- noso, como aseguran otros más modernos; es lo cierto, que la planta con cuyas ramas tejieron esta horrorosa diadema á nuestro dulcísimo Salvador, estaba cuajada de espi- nas, que por su dureza, agudeza y multitud destrozaron su cabeza, su cutis, su frente, y delicadísimas sienes; que algunas de ellas se quebraron, no pocas medio entraron y muchas de ellas penetraron hasta el mismo sagrado cráneo; que abiertas por mil par- tes y agujereadas sus divinas sienes por las heridas que en ellas hicieron, brotó copio- samente la sangre, recorriendo en su cami: no y bañando de paso frente, ojos, cara y labios, llegando hasta empapar sus mismos vestidos; y que enconadas é hinchadas las carnes al contacto de las espinas, atormen- taron al Señor sobre todo encarecimiento. Siendo las sienes una de las partes más deli- cadas, más sensibles y más impresionables
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