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siones, de tantas lujosas exhibiciones; de tan- tos objetos indiferentes, que á nada condu- cen; de tantos otros provocativos, que COon- vidan á lo malo; de no pocos pecaminosos, que contaminan el alma y con que los ene- migos espirituales procuran apartarnos de la perfección cristiana y arrastrarnos á la per- dición eterna. Mas tú hazte fuerte y cierra tus ojos para que no vean la vanidad. (Sal- mo cxvu1, 37.) Imita á San Luis Gonzaga que en medio de los peligros del palacio mantuvo ¡lesa su inocencia por la vigilancia extrema con que guardó su vista. Imita á San Ber- nardo y ála Madre Santa Clara, que en la misma soledad del claustro guardaron con extraordinario cuidado sus ojos de todo lo que pudiera distraerlos. Vivas donde vivas; tienes también necesidad de apartar tus oídos 6 de la blasfemia ó de las conversacio- nes licenciosas, ó de las murmuraciones y críticas que se oyen por doquiera. Por ex- quisita que sea una esencia, desde el momen- to que se la descubre comienza á desvirtuar- se, deshacerse y evaporarse por completo si á tiempo no se ataja el descuido. Así, por só- lida, acendrada y aquilatada que sea tu vir- tud, desde el momento que la des libre sali- da por alguno de los sentidos de tu cuerpo,

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