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40 te está á ti diciendo á grandes voces la cons- tancia de ánimo y la firmeza de corazón con que tú debes obrar lo bueno y afianzarte en la práctica de la virtud. La virtud: he ahí lo que te ha de proporcionar la verdadera feli- cidad. Ni placeres, ni diversiones, ni honras y dignidades, ni alabanzas y aplausos huma- nos, ni riquezas y regalos corporales, ni amo- res ficticios y frívolas amistades te darán por sí mismos ni la más mínima parte de dicha verdadera y sólida. Nada de esto trasciende al espíritu; todo queda en la primera capa, digámoslo así, y superficie externa de nues- tro ser. La verdadera felicidad es patrimo- nio exclusivo de la virtud. Ella, á semejanza de la palabra de Dios, que describe San Pa- blo escribiendo á los Hebreos (tv, 12), es viva y eficaz, y más penetrante que cualquiera es- pada de dos filos y entra y penetra hasta los pliegues del alma y del espíritu, inundándolo todo de intenso, celestial y sobrenatural re- gocijo. Asegúrate, pues, en tus buenos deseos; confirma y corrobora tus santos propósitos; decídete por la virtud. Supuesta la sincera detestación de la culpa, lo que más se nece- sita y de lo que más uno debe cuidar es de la constancia y perseverancia en el bien

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