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— Y yor libertad, descargaron sobre sus inocentí- simas carnes no sólo cuarenta azotes, que era lo más que permitía la ley judaica, sino mu- chísimos más, como daba licencia para ello la ley de los romanos. A la terribilidad de los golpes enrojécese primero el golpeado cuer- po, amorátase más tarde, hasta que, por fin, magulladas, trituradas y despedazadas las carnes, descubiertas las venas y arterias, destrozados los tejidos interiores y abiertos los vasos de sangre, brota ésta á borbotones de todos los poros de su cuerpo, salpicando cuanto se encuentra en su derredor. Añade á esto el peso de la Cruz, llevada por Nues- tro Señor desde el Pretorio hasta el Calvario sobre su hombro bárbaramente llagado, y te convencerás de que no cabe en nuestra inte- ligencia entender, ni en lengua humana ex- plicar, ni en corazón humano sentir lo que Jesús padeció en todo su cuerpo, y con es- pecialidad en sus espaldas y hombros sacra- tísimos. PUNTO SEGUNDO La paciencia invicta, alma piadosa, con que Jesús sobrellevó en sus espaldas los te- rribles dolores de la flagelación y en sus hombros el grave peso y molestia de la Cruz,
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