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— 3 - del camino y echándole en un hoyo, le cu- brieron con tierra. Estando ellos algún tanto apartados repartiendo su presa, vió uno por casualidad que el difunto había sácado un brazo y le llamaba con la mano. Sobresalta- dos todos del caso y pavorosos, fueron á ver lo que quería. Quitáronle la tierra y le halla- ron vivo y totalmente sano de las heridas. Entonces les dijo: —Habéis de saber, amigos, que ya, por la misericordia del Señor, me hallo vivo y totalmente curado de las morta- les heridas de las balas. Esta gran merced la debo al Santísimo Cristo de El Pardo, á quien me encomendé cuando empecé mi camino y cuando vi que apuntabais para hacerme fue- go. Quedaron atónitos, y arrepentidos de sus pecados, le pidieron perdón, le restituyeron lo que le habían robado y prometieron no vol- ver á tan infame ejercicio. El mercader hizo después su viaje con felicidad; volvió por este convento y confesó y comulgó en él en ac- ción de gracias á su insigne Bienhechor. En este suceso, que tan alto habla en pro del prodigioso valimiento, que en favor de sus devotos despliega este Santísimo Cristo, no se sabe qué admirar más, si la gracia tem- poral de librar de la muerte al devoto mer- cader, ó la gracia espiritual de arrepentirse
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