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- 38 — de imitar á Jesucristo, quien siendo la mis ma inocencia practicó la penitencia y murió abrazado á ella. No basta que hayas hecho una buena confesión de tus pecados; es nece- sario además hacer penitencia, porque desde que cometiste el primero, entraste en el nú: mero de los penitentes. De los buenos israelitas que con Nehe- mías trabajaron en la reedificación de los mu- ros de Jerusalén, después de la cautividad de Babilonia, dice la Sagrada Escritura: «Trabajaban con una mano y en la otra te- nían la espada.» (II Esdras, 1v, 17.) Bellísima locución metafórica por la que se nos da á entender lo dispuestos que se hallaban para defenderse de sus enemigos. Así debes hacer tú en la magnífica obra en que estás empeñada de labrar tu santidad. Con una mano ir levantando, con actos de virtud, como con nuevos sillares, esta hermo- sa obra, y con la otra armarte de fortaleza contra los enemigos que traten de estorbár- tela. Por una parte, y como fundamento de todo, afianzarte en lo bueno, aborrecer mu- cho el pecado, evitar la recaída, meditar con frecuencia las verdades eternas, frecuentar el sacramento de la confesión: y por otra, ar- marte con la penitencia y la mortificación )

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