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MEA Internóse con furiosa rabia, rompiendo por espinos y matorrales, desgarrando sus carnes con sus penetrantes espinas. Asegura el cor- del en un árbol, y al querer dar el último gol- pe para suicidarse, oye una voz que le dice: ¡Tente, tente! Hombre miserable, ¿qué es lo que haces? Anda y vete luego á buscar el Santo Cristo del Pardo; confiésate en su casa y dale gracias por este beneficio. Lleno de terror y espanto cayó en tierra, como Saulo, donde estuvo sin sentido por un gran rato. Volvió en sí todo trocado y con- trito; obedeció á la voz, informándose dónde estaba este santuario, que aún no había lle- gado á su noticia. Vino á él, depuso sus pe- cados en el tribunal de la penitencia, dando licencia al confesor para que, pasado algún tiempo de la vuelta á su tierra, lo publicase. El P. Fr. Luis de Laredo, que fué el confesor, expuso todo esto (y otras circunstancias que se omiten por la brevedad), bajo juramento, á presencia de toda la Comunidad y de los Pre- lados del convento deSan Antonio de Madrid, afirmando que aún vió recientes las heridas de las espinas en su cara y en sus manos. Este suceso nos dice bien claro que el me- jor obsequio que quiere Jesús de sus devotos es el que se abstengan de pecado; y si, por
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