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O ut Ls todo, por amor nuestro y para satisfacer por nuestras culpas y caídas, sufrió en sus inocen- tísimos pies tan crueles heridas y tormentos. Avergiiénzate de haber sido la causa de tantos dolores. Duélete de que tus desvaríos hayan sujeto al duro leño, con agudos cla- vos, los pies del Redentor del mundo. Y como quiera que aún puedes desagraviarle, aun- que veas que cristianos desatentados siguen todavía crucificando con sus vicios y peca- dos al que con tanta bondad y misericordia padeció y sufrió por ellos, acuérdate del con- sejo que te da el libro de los Proverbios: «No sigas ¡oh hijo mío! sus pasos; guárdate de an- dar por sus sendas, porque sus pies corren hacia la maldad.» (I,, 15 y 16.) Encamina tus pasos por la senda de la virtud, por el cami- no del cielo, por el cumplimiento de tus obli- gacionés. Evita á todo trance las culpas gra- ves, que son los verdaderos traspiés, los ver- daderos tropiezos y las caídas verdadera- mente temibles en el orden del espíritu. Ten buen ánimo, haz lo que puedas. Sea siempre tu principal deseo el no apartarte en los días de tu vida del servicio de Nuestro Señor. «Hijo mío, te diré con el libro de los Prover- bios, nunca pierdas de vista estas cosas: ob- serva la Ley y mis consejos; que ellos serán
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