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¡9 na mentos más intensos que los mártires sufrie- ron en la cabeza, ojos, oídos, sienes y boca, ó en otra parte de su cuerpo, por tierna y delicada que fuera, no tienen punto de com- paración con los que en sus sac ratísimos pies experimentó el Redentor. A mayor de- licadeza de cuerpo corresponde mayor in- tensidad en el dolor; y como suma fué la de- licadeza del cuerpo de Jesús, suma también fué la acerbidad de su dolorosísima cruci- fixión. PUNTO SEGUNDO Los tormentos, alma cristiana, que Jesús padeció en sus benditísimos pies, los deberías sufrir tú en los de tu cuerpo, en castigo de los muchos buenos pasos que has dejado de dar en el camino de Dios, y de los muchos malos que has dado en la tortuosa senda del mal. Jesús es inocente, es inculpable; jamás dió un mal paso en el camino de Dios, jamás declinó ni á un lado ni á otro en la senda del bien, y pudo haber dicho mejor que Job: «Mis pies han seguido sus huellas: he andado por sus caminos sin desviarme nunca de ellos.» (Job, xxux, 11.) Y mejor también que David: «Mis pies se han dirigido siempre por el ca- mino de la rectitud.» (Salmo xxv, 12.) Y con
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