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Ponderar la importancia de la predicaci6n a estas altu- ras, maxime dirigiéndose uno a sacerdotes, ministros del Sefior, parece a la verdad imitil cosa y fuera de propésito. Sabemos bien que Jesucristo Nuestro Sefior no dejo en la tierra otro medio para la conversi6n del mundo que la predicacién de sus Apéstfoles; fué la ultima recomendacioén, el encargo ultimo, que les hizo momentos antes de empren- der su ascensi6n a los cielos: «euntes in mundum univer- sum, predicate Evangelium» (Marc. XVI, 15). Dirigios a los cuatro dngulos del mundo, a predicar el Evangelio. «Eritis mihi testes in Jerusalem, ef in omni Judea et Sama- ria et usque ad ultimum ferre.» (Act. I, 8). - Daréis testimo- nio de mi en Jerusalen, y en toda la Judea, y en Samaria y hasta los tltimos confines del mundo. Y asi fué, asi fué en efecto; el mundo se convirtié al Cristianismo por la_ predicacién. «Placuit Deo per stulti- tiam preedicationis salvos facere credentes. - (1° Cor. I, 21.) Pero esta en el orden y procedimientos de la naturaleza, que las cosas se conserven en su ser por las mismas cau- sas y virtudes, que concurrieron a su procreacién o nacimiento. A impulsos del calor del soly de la humedad del suelo brotan las plantas en la tierra. Y son esos dos elementos combinados los que las sostienen y les pres- tan vigor y lozania. Es al conjuro del amor como hace su aparicion en la tierra un ser racional, siquiera su razé6n se halle como anulada y perdida entre los pliegues y replie- gues de las fajas y mantillas infantiles. Serd el mismo amor que lo trajo al mundo el que cuidara no de su conservacién

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