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1 ee San Pedro re- resenta a la umanidad. San Pedro no habla cuerda- mente. La dicha ver- dadera no se 48 nio en favor de la Divinidad de Jesucristo que hablaba directa- mente a los tres Apéstoles y en ellos y por ellos a todo el género humano. /psum audite. En estas palabras esta encerrada la feli- cidad, la paz, la santidad, la bienaventuranza del hombre. Et audientes discipuli ceciderunt in faciem suam et timue- runt valde... temor muy natural sobre todo en unos judios que creian acompaiiar la muerte a la visién del Sefior. Et accessit Jesus, et tetigit eos: dixitque eis: Surgite et nolite timere Levantes autem oculos suos, neminem viderunt, nisi solum Jesum. Et descendentibus illis de monte praecepit eis Jesus, dicens; Nemini dixeritis visionem, donec Filius ho- minis a mortuis resurgat Se comprende el mandato del Salva- dor; ni el pueblo, ni los discipulos, ni los restantes Apdstoles se encontraban todavia en disposicién de comprender un prodigio tan extraordinario y de aliar aquellas dos ideas para ellos antagénicas, un Mesias Hijo de Dios y crucificado. * Hom, -—-E\ evangelio de hoy nos refiere un hecho extraordinario en la vida de Jesucristo. La transfiguraci6n del cuerpo del Salvador, la gloria y esplendor que le eran debidos, y que El, por milagro y con cuidado sumo, ocultaba a sus discipulos; y tal fué el resplandor de su rostro y tal la blancura de sus vestidos que fuera de si S. Pedro y sin saber lo que decia, exclam6é: Bueno es, Sefior, estarnos aguf; si que- reis levantaremos tres tiendas: una para fi, otra para Moisés y otra para Elias. Ved un evangelio que contiene tantas ensefianzas como palabras y en la imposibilidad de explicaros todas ellas, me permito llamar vuestra atenci6n sobre la persona de San Pedro, sobre sus palabras. i En este pasaje representa San Pedro a toda la humanidad, a vo- sotros y a mi, en esos momentos en que nos creemos felices, en que la dicha nos sonrie. 4Juzgaba cuerdamente San Pedro al decir aque- llas palabras o juzgamos cuerdamente a! desear que la felicidad se perpetiie, al querer construir taberndculos fijos para gozar de los bie- nes de la tierra? Un evangelista, San Marcos, reprueba y condena las palabras de San Pedro: Non enim sciebat quid diceret y por tanto condena y reprueba nuestro apego a las cosas de este mundo, nues- tro afan por los bienes de la tierra, nuestro amor a la vida regalada, nuestro apego, nuestro afén, nuestro amor a una dicha, a una felici- dad que no es ni verdadera dicha ni verdadera felicidad, porque no se basa en Dios, porque no puede llenar cumplidamente los senos de nuestro corazén, La dicha verdadera no se encuentra en este mundo. Primero; porque la dicha de este mundo va siempre acompafiada
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