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33 los resultados obtenidos sino por su intensidad, mejor dicho, por el amor con que se ejecutan, por la caridad. Tercera que Dios es muy duefio de repartir sus gracias y distri- buir sus dones cémo, cuando y a quién le agrade, sin que ellos pu- dieran quejarse, ni alegar derecho alguno desde el momento que a todos reparte lo necesario. El compasivo Jesis como médico entendido, descubre Jas dos raices de la enfermedad, el origen viciado do procedian aquellas murmuraciones: Ef aeccipientes murmurabant adversus patrem fa- milias... Primera el orgullo, \a confianza en si mismos, en sus buenas obras, el creer que por haber venido los primeros, Jestis les debia alguna recompensa: arbifrati sunt quod plus essent accepturi. Segunda /a envidia, e\ que no podian ver con buenos ojos el que otros, al parecer, sin tantos tilulos fueran iguales y atin superio- res a ellos. Y como médico bueno y prudente aplica dos remedios a \a en- fermedad. E/ primero convencerles de to errado de sus juicios y pa- ra terminar la obra, un remedio enérgico, capaz de conmoverles y hasta de hacer temblar: Mu/ti sunt vocati pauci vero electi: como si dijera, vosoiros os quejais de que no os dé mayor salario, sabed Tercera: Dios es duefio de re- partir sus do- nes como mas le agrade. hes raices del mal, El orgullo. La envidia. Remedios al mal, Les convence de lo errado de sus juicios. Multi sunt vo- que muchos, muchisimos de aquellos que fueron llamados y que vi- hac nieron atin a primera hora, no recibirén salario alguno, serdn arro- jados de la vifia dei Sefior, no entraran en el cielo. No vayais a creer, mis amados oyentes, que nuestro Salvador al pronunciar esta parabola tan liena de doctrina saludabie, pensaba y se dirigia tan solo a los Apdstoles, a los discfpulos que le rodea- ban; su pensamiento y su coraz6n estaba con nosotros, sus miradas se dirigian a través de los siglos a todos los cristianos y queria pre- venirnos contra un vicio que con frecuencia contraen las almas por otra parte buenas, el vicio de la murmuraci6n, que tiene su origen en oiros dos vicios no menos perniciosos y no menos frecuentes, la en- vidia y el orguilo. Hay almas, como he dicho, buenas que gustan de la iglesia, oyen sermones, frecuentan los sacramentos y que sin embargo, de todo critican, de todo murmuran; ponen sus lenguas maldicientes en la autoridad civil y en la autoridad eclesiastica y no se detienen ni an- te parrocos ni ante Obispos y quizé quizaé ante el Romano Poniifice; y se sienten tentados de quejarse hasta del mismo Dios, porque no dispone las cosas, como ellos juzgan oportuno, porque no castiga a los malos, porque permite que estos prosperen y ocupen los prime- ros puestos; almas buenas a! parecer, que se comen a besos las iméa- genes de piedra de los santos y que desgarran las imagenes vivien- tes de Dios, que son sus hermanos, que son los préjimos. Y no me cati, Por vero Jesucristo al pronunciar esta parabola pen- saba también en nosotros. Nos previene contra el vicio de la murmura- cién. Almas suma- mente inclina- das a la mur- muracion.

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