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Pruebas espiri- tuales. Desaliento que nos invade. El remedio en Jesucristo: sal- va nos, peri- mus. Conclusién: tres verdades, 30 cuerpo, y la calumnia desgarra nuestro honor; y son tantos los ene migos que fenemos que combatir, las desgracias con que tenemos que luchar, los trances y apuros porque tenemos que pasar que mas de una vez la desesperacién brota en nuestra alma y llenos de amar- gura exclamamos: Zesfo es vida? no vale la pena de vivirla. Otras veces son borrascas del alma. A los pies del confesor ha recobrado la gracia santificante, se ha determinado a luchar por con- seguir el cielo, pero apenas hemos salido de la iglesia y, atin qui- z4 sin salir de ella, comienza la tempestad, comienza la guerra. Nues- tros enemigos que esperan tras la puerta de la iglesia y aun algunos osan penetrar dentro de ella, sin esperar a que salgamos, son los pensamientos y deseos deshonestos, los deseos de venganza, el orgullo... Y nos viene el desaliento, un desaliento horrible revelado en es- fas palabras que a veces se dicen ante el sacerdote Mire Padre, yo no me puedo enmendar: Amados cristianos: fijad vuestra atencién en el evangelio del dia también los apéstoles estaban cansados, desalentados, remaban con todas sus fuerzas y eran initiles sus esfuerzos, las olas cubrian la barra, la barca era arrastrada por la corriente contra las rocas. Que habeis acudido a Jesucristo, a la Virgen Santisima, les habeis pedi- do remedio a vuestros males, y nada habeis conseguido, que habeis llorado en su presencia y han sido indtiles vuestras lagrimas; escu- chad lo que nos dice el Evangelio: ipse vero dormiebat que si, que Jestis parece que duerme mas de una vez, que no nos ayuda, que no nos socorre, que se encuentra sordo a nuestros gemidos, que no le conmueven vuestras lagrimas, mas no desespereis que no duerme: gemid, llorad, pedid siempre. . Primera verdad.—Un combate y combate gigante ha sido es y se- ra la vida de la Iglesia, un combate y combate continuo ha sido es y sera nuestra vida. Segunda verdad.—Grandes han de ser los apuros, gravisimos los trances en que se ha de ver la Iglesia, en que nos hemos de ver nosotros. Mas de una vez se abrirdn los labios de nuestros enemi- gos, se unirén sus manos para aplaudir la definitiva derrota de la Iglesia, nuestra derrota final. Tercera verdad.—No temais, el triunfo final seré de la Iglesia se- ra el nuestro, porque Jestis se levantaré y mandaré a los vientos y mar y se haré una gran caima. Asi lo promete en su Evangelio.
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