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173 stis en Cafarnatin, probablemente el afio tercero de su ministerio y durante su tiltima permanencia en dicha ciudad y hablabales de su virtud favorita, sobre el amor a los nifios, sobre la correccién fra- terna, el perdén de las injurias. Las palabras del Sefior sobre este particular provocaron una pregunta de parte de Pedro. Ve él que lo que esta oyendo de labios de su Maestro, no se aviene bien con aquello de perdonar tres veces, e impetuoso siempre, y no querien- do quedar corto, dicele: Sefior, gcudntas veces ofenderame el her- mano y le perdonaré? ¢hasta siete? Y da pie con esto a la sublime y celestial parabola relatada. Ni que decir tiene que es la Iglesia la nueva sociedad por El fundada, el reino de los cielos de que habla el Maestro. . Aprovecha por otra parte la ocasién, para ponderar la diferen- cia que existe entre el corazén de Dios que es el Sefior que pide cuentas y el corazén del hombre, lo grande y misericordioso del uno y lo misero y tacafio del otro, entre Dios que perdona a su es- clavo la deuda enorme de 10.000 talentos=120.000.000 pts. y el esclavo que no perdona a un su compafiero los 100 denarios, unas noventa pts., que éste le adeuda. Y termina la parabola con una sentencia enteramente desco- nocida y alin jamds oida en el mundo, que forma un sublime co- mentario a la peticién del Padre nuestro; perdénanos nuestras deudas, asi como perdonamos a nuestros deudores. #* Homilfa.—Esta parabola es una imagen de lo que acontece entre La parabola Dios y nosotros; y entre nosotros y nuestro préjimo. Nosotros, por simbolo de lo nuestros pecados, nos hacemos deudores a la infinita justicia de Dios, Stebee es el cual, viéndonos impotentes para cancelar esta deuda, por ser ella ere infinita y para recuperar la gracia que libremente perdimos, nos ame- _ hombre. naza con terribles castigos, a fin de traernos al arrepentimiento, es decir, para que reconociéndonos reos e impotentes, nos postremos 4 sus pies, pidiéndole el perdén de nuestras culpas y la remisién de nuestras deudas, dispuestos a darle la satisfaccién merecida. Entonces El, semejante al sefior de la parabola, se aplaca con Biandura del nuestras siplicas y sin mas nos concede el perdén en el Sacramento pies aaa de la penitencia, y un perd6én no parcial sino generalfsimo, lo més del nuestro amplio posible, sin atender ni al ndmero ni a la malicia de nuestros pecados. jQué admirable es la conducta de Dios con los pecadores! Y, a Neer nnn SSE
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