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167 que le dice: 4Para qué quieres acudir a un festin que no te proporcio- na ningun bien con que puedas alimentar a tu cuerpo, a fu esposa, a tus hijos, y descuidas al mismo tiempo los trabajos de tu casa?.» Y muchos, la mayor parte de los hombres, dan ojdos al tentador, y co- mo los convidados del Evangelio, el uno acude a su granja, el otroa su negocio, y todos tienen motivos suficientes para no acudir a la mesa del Sefior. 5.° La sensualidad: Desde la caida del primer hombre, Dios hizo de este mundo, lugar de expiacién, mansién de sufrimientos; pero el hombre trabaja incesantemente por trastornar ese orden y convertirlo en un parafso. Pero si Dios quiso sujetarnos a la dura ley del dolor, no quiso sin embargo privarnos de toda consolaci6én. Y esta es una de las razones por la que instituy6 el Convite Eucaristico, y nos lla- ma a gozar de las delicias que en éi se disfrutan. jCon qué ansias no deberia el hombre acudir a él para robustecerse y adquirir las energias necesarias para luchar contra el sufrimiento. Mas el hombre sensual, menospreciando los verdaderos y tinicos goces del alma, corre en busca de otros placeres bastardos, que lejos de calmar las ansias que le devoran, le aumentan cada vez mas sin que jams lleguen a colmar- las. Esta fué la historia del hijo prédigo que abandonando la casa paterna; marchése a lejanas regiones. Esta fué la historia del pueblo judfo. Dios le habfa prometido colocarlo en un pafs que manase leche y miel. Para cumplir sus promesas lo libra Dios de la esclavitud de los egipcios, lo conduce através del desierto entre prodigios sin cuento; y el pueblo se queja de la nueva esclavitud y murmura de Moisés y Aarén: Ojalé hubiéramos muerfto por manos del Sefior en Ja tierra de Egipto, cuando nos sentébamos sobre las ollas de las carnes y comfamos el pan en hartura: gpor qué nos habeis sacado a este desierto, para matar de hambre a toda Ia multitud? (1) A estas quejas responde el Sefior con nuevos beneficios haciendo llover todos los dias el manaé que les sabe a los mas delicados man- jares. El pueblo se cansa pronto de él, murmura ahora del Sefior y suspira por los ajos y cebollas de Egipto: Nos acordamos de Ios pe- ces que de balde comiamos en Egipfo: se nos vienen al pensa- miento los cohombros, y los melones, y los puerros, y las cebollas y los ajos (2). Esta es la imagen mas exacta del cristiano, que rehusando sentar- se a la mesa del Sefior donde encontrarfa el pan bajado del cielo, va por el mundo en busca de satisfacciones culpables con que alimentar su alma. No quiere atravesar el desierto, ni quiere las fatigas de un (1) Exod. XVI, 3. (2) Num. XI-5. Por amor a los placeres.
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