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165 dos y humildes, los publicanos del pueblo judio, los paganos voca- te ad nuptias. No se ocultaba empero al divino Salvador que no todos aque- llos que aceptaron la invitacién y entraron en la Iglesia, se habian de conducir dignamente y merecer el banquete eterno; que entre sus discipulos se encontraba quien le habia de traicionar, por eso afiade una segunda parte a la parabola. Et ingressi servi ejus in vias congregaverunt omnes quos invenerunt malos et bonos; et impletae sunt nuptiae discumbentium. Intravit autem rex ut videret discumbentes et vidit ibi hominem non vestitum veste nuptia/i. Para comprender estas palabras y el castigo que se impo- ne al indigno hay que tener presente la costumbre reinante en Orien- te de que el anfitrién enviara un vestido a cuantos habia convidado y sefial grande de desprecio era el presentarse sin él al banquete. Et ait illi: Amice; Amigo llamé también a Judas cuando éste se acercé a besarle en el huerto: ¢Quomodo huc intrasti non habens vestem nuptialem? Atille obmutuit. Tunc dixit rex ministris: Ligatis manibus et pedibus ejus, mittite eum in tenebras exte- riores, ibi erit fletus et stridor dentium. Multi enim sunt voca- ti; pauci vero electi. * * * Homilfa,—j{Extrafia conducta la de los convidados! {Un rey que convida a sus siervos al banquete celebrado con motivo de las bodas de su hijo! Unos servidores ingratos y desleales que por motivos fi- tiles y de poca monta desoyen la invitaci6n del rey y desprecian el honor que este quiere dispensarles! jExtrafia conducta! repito: mas esto es una parabola, una figura; la realidad de lo que ella representa es mas inconcebible, mas triste, més lamentable. El Rey inmortal de los siglos tiene de continuo preparado un fes- tin mucho més espléndido que el rey del que nos habla el Evangelio; y quiere que todos sus hijos, todos los hombres se acerquen al ban- quete eucaristico para alimentarse con ese pan que da la vida eterna y para embriagar sus almas con ese vino que engendra virgenes. Ali- mentarse de Dios, vivir por consiguiente la vida del amor, tal es en la mente divina el fin del hombre. Y Dios desea que el hombre co- mience esa vida en este mundo, para lo que se da El mismo en man- jar en la Sagrada Eucaristfa; mas el hombre no atiende a los deseos de Dios y menosprecia esa vida divina: su coraz6n, creado para amar a Dios, busca los amores terrenos; Dios le habla todavia, derrama a Conducta ex- trafia e ingra- titud de los convidados. Dios ha preps- rado un ban- quete de su carne y de su sangre, Ingratitud del hombre que lo rechaza.
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