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159 Amar a Dios y servirle es todo el hombre; es decir, laraz6n de su existencia, el por qué de su vida, su perfeccién, su bien, su dicha, su descanso. Quien a Dios ama y quien a Dios tiene, tiene todo; y a quien Dios le falta, faltale todo. Tal es la verdad primera, la ciencia de la vida, la suma de la dicha, ensefiada en este Evangelio. Y debemos amar a Dios: Primero, porque es nuestro Creador; que es muy segtin la natu- pebemos amar raleza y segtn la raz6n, que toda criatura obedezca y sirva a su hac e- a Dios porque es nuestro dor, no solo de una manera exterior y por defuera, sino con todo su Creador ynues- coraz6n y rindiéndole su voluntad, que al fin y a la postre, hechura suya es, para El la ha creado. Segundo, porque es nuestro Padre, y la fuente de todo cuantolde bueno y de santo y de hermoso y de bienandanza_ hay en nosotros; y si monstruo es y por tal se tiene al hijo ingrato que olvida a su padre o le abandona, o le ultraja, o le maltrata, no sé por qué no ha de ser un monstruo y no se ha de tener por tal al hombre que a Dios ofende o desobedece o maltrata, llevando tanta ventaja el Padre celestial a los padres carnales en el amor, en el carifio, en la ternura, en los bie- nes que nos ha dado, en los favores que nos ha otorgado; y distan- do infinitamente la dependencia y sumisién que a Dios debemos de la dependencia y sumisién a los padres debida. tro Padre. Tercero, porque es nuestra recompensa; que es ley del coraz6n Porque esnues- el amar la felicidad, el bien, y nuestra naturaleza pide imperiosamente la dicha, y es ésta el tinico resorte que le mueve, empuja y aguijonea en sus empresas, en sus negocios, en todos sus afanes. A esta nece- sidad del coraz6n responde la fe, que nuestro bien, nuestra dicha, lo que a nuestro corazén falta y por lo que suspira es Dios. Ego ero merces tua, magna nimis. Responde la misma raz6n natural que es Dios el centro de nuestro corazén, que en El y solo en El hallaremos la felicidad y la dicha. Pero no dejemos a un lado otra verdad también sublime, también divina, que el Evangelio nos pone delante, no olvidemos que la cari- El tra recompensa amor a Dios dad tiene dos brazos y que con el uno abrazaa Dios y con el otro fieva consigo abraza al préiimo. En el seno de Dios la caridad bebe la luz, la paz, ¢! hae pro- la ternura, la vida y como ella a su vez tiene entrafias de madre, sien- te la necesidad de derramar por el mundo esos tesoros. Ella es dulce, paciente, bondadosa, ella sabe sacrificarse y sabe llevar y sabe mo- rir como Jesucristo clavado sobre un madero con los brazos exten- didos y el coraz6n abierto. No olvidemos que es vano, engafioso el amor de Dios que no va acompafiado por el amor al préjimo: Diliges Dominum Deum tuum ex foto corde tuo, ex tofa anima tua, ex tofa mente tua; hoc est maximum et primum mandatum; secundum autem simile est huic:
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