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ACCA ee ecm aaabiR: crenata aie yee—e sri eT 4 s6lamente sino también de su desarrollo y crecimiento, no cejando en su empefio hasta Ilevarlo a su completo perfec- cionamiento. Decimos todo esto en abono del principio, que acaba- mos de sentar «iisdem causis, quibus procreantur con- servantur res» para llegar a concluir que por la predicacion ha de conservarse el ser religioso y devoto en el pueblo cristiano. Lejos de mi el pretender constituirme en doctor y maes- tro de aquellos mismos, de quienes fanto tengo que apren- der, y a los cuales con ese fin escucho siempre que la oca- sién se brinda, pues no hay predicador, en mi concepto, por menguado y pobre que se le suponga, a quien no se pueda oir con provecho y utilidad propia. Pero séame permitido con todos los respetos decir una palabra acerca de la prelicacién; y no afiado sagrada, por- que ya lo es de si misma, mientras no se le adhiera algun profano adjetivo, que la despoje de su ser glorioso y evan- gélico. Hacia lo que quiero llamar la atencién de los_ predica- dores es hacia el uso de la Sagrada Escritura en la pre- dicacién. Varias son las fuentes, de las cuales pueden fluir los argumentos, las razones, las pruebas en pro de lo que tra- tamos de demostrar; varias las canteras de donde poder sacar las piedras para la construccién del edificio oratorio, que nos proponemos levantar: la filosofia, las ciencias na- turales, la historia, la teologia, los Concilios etc. etc. Siem- pre resultara lo mds firme, lo mas avasallador, lo mas con- cluyente la palabra de la Escritura Santa. jCuidado con la majestad subyugadora de aquel «hee dicit Dominus» «Dicit Jesus!» Qué es toda palabra de hombre, por sabio que sea, por santo que se le suponga, qué es su palabra com- parada con la palabra de Dios? Lo que pueden decir los sa- bios, lo que pueden decir los santos, lo que pudieran decir los angeles, fodo ello no pasa de ser glosa, comentario de la palabra de Dios: y el comentario, la glosa nunca tuvie-

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