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DE TERCIARIOS FRNCISCANOS 45 a la luna ya las estrellas, a los mares y a los rios, al aire y al fuego, a las flores y a los frutos a alabar a Dios; y ocupa el centro de aquella orquesta como el mtisico inspirado que resume en su alma todas las armonias_ subli- En la «Balada de la Pobreza» es de un efecto mas sorprendente si cabe. Importunado San Francisco por sus jévenes amigos, refiéreles la si- guiente balada. «Cautiva de fiero gigante la dama Pobreza gime solitaria en el centro de un sombrio castillo. Un joven caballero dase cuenta de la desgracia que aflige a la Pobreza, y compadecido de ella, determina salvar- la. Desafia al gigante y blandiendo en el aire la flamante espada, golpea con ella la cabeza del monstruo que, herido mortalmente, se desploma.» Al llegar aqui los compafieros, que aténitos escuchan la singular aventura del caballe- ro, prorrumpen en clamorosos vivas al vencedor. El llanto de la Pobreza, la fiereza del gigante, la bravura del caba!lero, la batalla estan tan plastica- mente descritos, que producen una sensacién de lo real. El otro autor que aparece en el programa es el franciscano P. Pablo Hartman, tirolés, que en nuestros dias ha sabido harmonizar una vez més la humildad y sencillez del habito franciscano con la sublimidad y galas del arte musical. Entre los diversos Oratorios que compuso, descuella el « Fran- ciscus» que por su asunto y estructura recuerda al Oratorio de Tinel, si bien es de proporciones mds modestas que la obra del gran artista flamenco. Citaremos las palabras de uno de sus mas autorizados criticos: «En esta obra, tranquila como la existencia de un solitario, se deslizan las tres partes ante el oyente devoto, sumergiendo su espiritu en una con- templacién silenciosa... Asi solo puede componer un monje, un hombre que ha renunciado al mundo y a quien su Santo Fundador ha inspirado. Esas me- lodias han brotado de una celda austera y el ropaje que las cubre es tan sen- cillo como el habito de su autor...» , Eserecogimiento, esa religiosidad y devocién de que nos habla el pre- dicho ¢ritico, se echan de ver en los dos fragmentos que aparecen en el pro- grama, sobre todo en el segundo. Diremos algo sobre este tiltimo que es de lo mas patético que puede darse. Con frase lacénica y acento ligubre hace el cronista la descripcién del cuadro: «Leido el Evangelio y dada la bendicién alos hermanos, San Fran- cisco tiéndese desnudo sobre el duro suelo y habla de esta suerte.» Los. cin- co compases siguientes del 6rgano, fltinebres y melancélicos como la palida luz de lacandela mortuoria, iluminan la escena y al favor de esa luz vense aparecer los compajieros del Santo Patriarca llorando inconsolables la muer- te de su Padre y escuchando sus tiltimas palabras. De pronto la voz de San Francisco antes débil y apaga’a, crece enintensidad y de sus labios serafi- cos brota dulcisima plegaria: « Voce mea ad Dominum clamavi.» Es el grito del justo que arriba a las playas de la bienaventuranza. Conmovidos los discipulos, entonan el mismo salmo con acento de profundo dolor y resig- nacién: al llegar alas palabras «me expectant justi» suspenden el canto embargados por las lagrimas: el alma de San Francisco ha volado al cielo. El cronista canta con voz apenas perceptible: «Y San Francisco se dur- mio para siempre en el Senor.»

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