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65 — gría sobre sus hombros la oveja perdida, (1) hasta dejar- la segura en el redil evangélico. Recuerden los Prelados que N. Padre San Francisco solía decir que, si queremos ' levantar al caido, es preciso inclinarnos con piedad, como lo hizo nuestro piadosísimo Salvador, cuando le presen- taron la adúltera, (2) y no echarle encima todo el vigor de la justicia; antes bien, piensen que el dulcísimo Hijo de Dios bajó del cielo á la tierra y murió en eruz por salvar- nos, y que á los pecadores contritos mostró «siempre su- ma afabilidad; (3) por lo cual encargó á San Pedro, á quien dejó en la tierra por su Pastor universal, que per- donara hasta setenta veces siete, (4) y N. Padre San Fran- cisco dejó escrito en una carta suya, (5) que por grave pecador que fuese un religioso, si llegaba á la presencia de su Prelado, pidiendo misericordia, quería que se la concediese; y si no la pedía, quería que el Superior se la ofreciera; y si mil veces se ponía luego delante, quería que no le mostrase el rostro airado ni se acordase más de su culpa; antes bien, para atraerlo mejor á Cristo, piadosísi- mo Señor nuestro, lo amase de todo corazón. Por esto, según la Regla, impónganle con misericordia la peniten- cia, considerando que, si Dios nos hubiera de juzgar con rigorosa justicia, pocos ó ninguno se salvaría; y así atien- dan á salvar y no á perder las almas de sus pobres her- manos. CAPITULO VII 122. No pudiendo haber sociedad perfecta y bien ordenada sin jefe supremo, del cual dependan todos je- rárquicamente, se ordena, en conformidad con el precepto de la Regla, que los religiosos, á ejemplo de N. $. P., vi- (D) Luc., XV, 4. (2) loan., VII, 4. (3) Tim., 1,15; Matth., IX, 13; Marc., 1, 17. (4) Matth, XVIIL, 22; Luc., XVII, 4. (5) Chron,, p. 1. lib, Il. cap. XIV,
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