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— 99 — derramar la propia sangre y morir en su defensa, manda- mos á todos los religiosos que con humildad y temor san- to conserven el don celestial é inestimable de la fé, pen- sando y sintiendo en todo con la Iglesia Católica. Y para conservar el precioso tesoro de la fé y de la sana doctri- na, y que los religiosos hablen siempre con Dios ó de Dios, impónese á los Superiores Provinciales y locales que vigilen con mucha cautela los periódicos, revistas, folletos y libros que entren en los conventos y leen los religiosos. No permitan de modo alguno, antes bien, cas- tiguen rigorosamente y sin- respeto humano á los que lean cosas frívolas y vanas, llenas de espíritu secularezco y profano, ó libros en que se defienden doctrinas peligro- sas, nocivas ó sospechosas de errores modernos; pues la experiencia enseña que tales lecturas ofuscan la mente, depravan el corazón y apartan al alma insensiblemente y poco á poco de la doctrina de Cristo y de su Iglesia. Tam- bién se ordena que, si se hallare algún religioso por ten- tación diabólica, (lo que Dios no permita,) contaminado de algún error contra la fé católica, los otros le denun- cien incontinenti á sus Prelados y al Santo Oficio, guar- dando así las Constituciones Apostólicas. (1) 215. Como no es posible ordenar leyes y estatutos para cada cosa particular que puede sobrevenir, por no conocerse las circunstancias de ella, aconsejamos en la ca- ridad de Cristo á todos los religiosos que tengan presente el santo Evangelio, la Regla á Dios prometida, las loables costumbres y ejemplos de los santos, enderezando todos sus pensamientos, palabras y obras á honra y gloria de Dios y salvación de los prójimos; que de esta suerte el Es- píritu Santo les enseñará en todas las cosas. (2) 216. Así como nuestro Salvador primero comenzó á obrar y después á predicar. y enseñar á otros, (3) así también nuestros Prelados sean los primeros en guardar (1) Paulus V, Romanus Pontifex, 1 Sept. 1606. (2) 1 loan., II, 27. (5) Act., L, L.