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82 Equivocación... eterno en el infierno, como sanción de la ley santa que nos ha mandado guardar, y que nos premiará ó castigará según nuestras NRO THATDAR obras sean conformes ó nó á su ley? Si, creo. —¿Creéis en las penas temporales del purgatorio para aquellos que han salido de esta vida arrepentidos de sus pecados, en gra- cia de Dios, pero que no han satisfecho aún plenamente á la Divi- na Justicia después de perdonada la ofensa? p —Si, creo. | —¿Creéis que ensel Santo Sacrificio de la Misa se representan todos los misterios de la Encarnación, Nacimiento, vida, pasión y muerte de N. S. Jesucristo y se contiene real y verdaderamente su cuerpo y sangre, alma y divinidad, siendo el sacrificio provechoso : para vivos y difuntos que estén en el purgatorio? —Si, Creo. —¿Creéis que el Obispo de Roma es él sucesor legitimo de San Pedro, Vicario de Jesucristo, único representante suyo y cabeza ER visible de su Iglesia, á quien dejó su doctrina en depósito y á quien dió la infalibilidad para que sólo él sea el maestro indefectible de todo el mundo en materias de fe y de moral, y el único autoriza- do para interpretar la Biblia? Si, Creo. Y como el Cardenal le mirase gratamente satisfecho sin pre- guntarle más, él, mirando un momento al Prelado é inclinando humildemente su cabeza, dijo, con la mano sobre su corazón: Creo todo lo que cree y enseña la Santa Madre Iglesia Católica, Apostó: lica, Romana; condeno todo lo que ella condena, y en esta fe y creencia quiero vivir dignamente, y santamente morir, El Cardenal le abrazó, y le dijo que podía confesar y comulgar cuando quisiera. Una hora más estuvo con él ejerciendo su sagrado ministerio. Al retirarse, ya había recibido una cartita y dos borra- dores, y Orlando le suplicó fuese llamada Sor Leona, y que le per- mitiese hacer algunas preguntas en su presencia. Al darle el sobre con esos escritos había dicho al Prelado: Yo he cumplido con la voluntad de mi Padre, pero no sé hasta qué punto puedo ingerirme en las obligaciones que él deja de cumplir: Creo, hijo mio—le dijo el Cardenal, —que debéis ir hasta el fin, sin perder un momento de vista el temor reverencial que á vuestro padre debéis. Dios, pro-

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