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Novela histórica 79 erito, y que quería hablarle, el eminente Purpurado dió gracias á Dios, y se dispuso á la visita. Esta fué afectuosisima. El Cardenal, al entrar, le inclinó la cabeza con gran cortesía y con rostro sonriente y cariñoso; pero Orlando pasó adelante exten- diendo la mano, pidiendo al Cardenal la suya para besar el anillo y lo hizo con toda humildad y reverencia. El Prelado estrechó entre las suyas con paternal efusión la úni- ca mano que le presentaba Orlando. —¿Cómo os encontráis, hijo mio? —-Saludo primero Monseñor. —Muy bien, gracias. Estoy casi completamente restablecido. —¡Cuánto me alegro! ¿Y sois católico?... pues... —No lo sé, Padre mio. Aunque de corazón lo soy hace tiempo. —Bien me lo explico según este libro que os devuelvo, y que habéis leído y creido. ¿Sabéis que me tenéis á vuestra disposición para cuanto pueda serviros? —Gracias, padre mío. —Si alguna duda... —No, no Monseñor. Ahora ya lo creo todo, estoy convencido, no hay ni una sola sombra de error en mi frente que pueda empa- ñar mi fe, y sobre todo hay la más recta voluntad en mi corazón para creer y obrar cuanto debo. —¡Oh! Gracias á Dios, hijo mio. Obra es ésta, y cambio es éste de la diestra del Altísimo. —Si, si, Monseñor. Sé yo lo que me ha costado llegar á este punto, cuánto he suplicado á Dios su luz divina para conocer mi- error, y cuánto y cuánto su gracia para acallar la pasión, más grande aún y más rebelde que mi error, pues aún convencido como estaba me esclavizaba hace tiempo. Pero Dios me ha oido todo. —Sea bendita su misericordia. ¡Cuán bueno es para los rectos de corazón... ¿Y habéis dicho á Sor Leona que queríais confesaros y comulgar? —Asi es, en efecto. Y lo haría si V. E. R. me juzga digno. Sería mi primera Comunión. Y la haré cuando disponga V. E. aunque desearía fuese antes de mi regreso á Berlín. —Os supongo sobradamente instruido de lo que pedís, y no hallo el menor inconveniente en que comulguéis con algunos otros el próximo domingo. —Gracias, Monseñor, Si ha de molestaros mi previa confesión,