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Novela histórica 73 guerra á Prusia con tanto orgullo el 15 de julio de 1870, en mes y medio, á principios de septiembre su Napoleón capitulaba en Sedán. Francia aceptó la indemnización, Bismarck retiró poco á poco los ejércitos prusianos, y entraron en Alemania bajo arcos de triunfo, siendo recibidos con himnos de gloria. Orlando, en la imposibilidad de ser trasladado todavía, y más que por la imposibilidad por sus ocultos fines, había quedado en el hospital, cuidado por Schorch, siendo éste encargado por el General para escribir frecuentemente sobre su estado. Una encarecida súplica hizo Orlando á su padre antes de des- pedirse: que no se le obligara á casarse con Raquel. Hijo mio —replicó su papá, —no puedo obligarte... porque... —Pero tus indicaciones y tus deseos, papá—interrumpió Or- lando son para mí tan eficaces que torturan mi conciencia como preceptos. Quiero decir, padre mío, que no me lo roguéis siquiera; que no mostréis interes. Si no tenéis fuerza para oponeros exte- riormente á ese proyecto secundando mis deseos, á lo menos mos- traos pasivo. Y si queréis hacer feliz á vuestro hijo, dejadme en entera libertad respecto á eso. Y ahora cuando entréis en nuestra casa de Berlín, Raquel os preguntará cien veces y en mil ocasiones, si la amo. No la aflijáis diciendola «como hermano.» Recordad lo sucedido. Mas yo que la amo con todo mi corazón, sólo la amo así. —Pues difícilmente encontrarás á la vez y todo junto mas amante, mas hermosa y mas rica. ¿Es que tienes ya algún compro- miso que?.. —Padre mío; —Sor Leona se presentaba econ un caldo—mi cora- zón está libre, con libertad tan grande, como es grande la libertad que os suplico respecto de Raquel. Orlando quedó tranquilo. El General se despidió sin saber qué decir ni qué oponer. Era bien singular aquel hijo. Al día siguiente, ya completamente solos Orlando y Schorch, éste le entregó en la primera visita la carta lacrada, explicándole cómo y cuándo la había recibido. Luego reconoció la letra y la corona. Tan pronto como se vió solo sacó la carta de debajo de la almohada, la miró con insistencia por todos sus ángulos, convulsi- 'amente la estrujaba entre sus nerviosos dedos. Quiso abrirla, qui-

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