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22 Equivocación... q ¡Pobre Klopstoch! Murió creído que Orlando está ya bien y que tan pronto venga se casará. Tú sabes muy bien, mi querido Hereford, que yo no he de to- car un diamante del inmenso tesoro que encierra el guardajoyas, porque es difícil que con lo que media, nuestros hijos se casen; y eso está integramente reservado para quien sea esposa de Orlando. No siéndolo Raquel, ésta no apreciará ni sus propias joyas que va- len otro tanto, cuanto menos las ajenas. Espero verte pronto por aquí, pues me dijo Bismarck al entre- garle tu carta, que Francia es ya nuestra, y que está arreglando con S. R. M. Guillermo, una fortísima indemnización para retirar todás las tropas y que vuelvan á Prusia. Quiera Dios que tus regi- mientos sean los primeros. Raquel escribirá creo cada día. Adiós. Martina. irandemente sintió el General la pérdida de aquel cuñado, verdadero hermano, amigo del alma, que tan desinteresadamente le había franqueado por gratitud su casa, su familia y su protee- ción con el Gobierno de su amigo Bismarck. Cuando juzgó conveniente comunicó á Orlando la pérdida de aquel hermano de su mamá que le quería tanto. No tuvo ocasión de diferir mucho tiempo la noticia, pues la fuerte indemnización á que Martina aludía, quedó luego arreglada. Por supuesto á gusto del férreo temple de Bismarck que la exigía, siendo él quien á la sordina se preparaba y quien con su astucia obligaba á Napoleón á declararle la guerra. ¡Cinco mil millones de francos! Indemnización tremenda que hubiera arruinado á cualquiera otra nación menos rica que Francia. Bismarck juzgaba que la cantidad exigida era un lancetazo al erario francés que le desangraba para mucho tiempo; y fué sólo una punzada de alfiler que impresionó un momento y desapareció luego sin dejar sangre, dolor ni señal. Bismarck se equivocó y an- duvo muy escaso para su objeto. Quería tenerla humillada y supe- ditada en siglos y siglos, y más que la miseria produjo el odio en el alma. No creía él fuese tan rica una nación que declarando la

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