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Novela histórica 11 descollaban una rectitud de alma y una sinceridad de corazón tan grandes que le hacían estimado de todos los amigos de Colegio, de todos los compañeros de milicia. Sólo se servia de- su padre como hijo que debiese interponer su influencia en favor de algún amigo culpable. El General le amaba extraordinariamente, pues á más de hijo único, en muchísimas cosas era su fiel retrato. Se conside- raba en el deber de aumentar la felicidad de aquel hijo. Impulso tuvo antes de desprenderlo de sus brazos, de decirle al oído un secreto grande, muy grande, que llevaba escondido ator- mentándole el alma, pero que nunca se atrevía á comunicarlo. Y sin embargo, ese secreto, no lo era para Orlando. Si se lo hubiera dicho como tal, Orlando se hubiera sorprendido extraordinaria- mente de que su padre creyese que lo ignoraba. De todos modos el General se contuvo como se había contenido ya otras veces, y siempre con mayor angustia, tristeza y grava- men de conciencia. Se comparaba al caballo montado por él, que tiene riendas, pero en mano ajena; y asi se veía él espoleado por la conciencia, pero detenido por cierto freno... Ya se desbocaría en la hora de la muerte. No había más remedio á juicio suyo, que esperar á en- tonces. Que obrase después Orlando como quisiese. Poco sabía él que Orlando obraba ya hacía tiempo con pleno conocimiento. Diez días después de la marcha de la familia Bamberg, Here- ford recibía carta de Berlín, en la cual Martina le decía, que los cuidados de Behring habían llegado tarde para el pobre Klopstoch; que lo habían encontrado á su llegada próximo á la agonía; que había sabido la desgracia de Orlando, y esto, dice Behring, que le aceleró la muerte acaecida á los dos días de nuestro regreso. Sin tiempo siquiera para escribirte—decía Martina—me desen- tiendo un momento del sinnúmero de visitas, recados, cartas y tar- jetas desde nuestra llegada, y doblemente por el pésame. Las disposiciones testamentarias de tu cuñado, que probable- mente no tiene escritas, son éstas que hizo de viva voz y como pu- do á Behring, á David y á mi. Te deja un millón de mareos y usu- fructuario de todo. A Orlando heredero absoluto, y todas las joyas de aquel cofrecillo para Raquel.

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