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10 Equivocación... Sor Leona, que en su color se pasaba de lo castaño á lo oscuro. Ella no se babía cuidado nunca de eso, ni de que era distinta de las otras, resaltando más su negro entre su blanca toca. En su candor admirable, y absoluta carencia de mundo, ni siquiera había notado que volvían la cabeza á mirarla extrañados los que al pa sar la veían por vez primera. Sonreía á todos como si á todos conociese; enseñando, al reir, naturalmente y sin pretenderlo, tras sus abultados labios, dos magníficas herraduras de perlas. Hereford se felicitó de que su hijo no.se quejase ni le hablase del cambio. Preguntó sí á la Superiora, por educación, si estaba bien la otra hermana que había cuidado á su hijo, y esto le basta- ba. Orlando comía, estaba más animado, más contento, con mejor apetito, y hasta con ganas de dejar algún momento la cama. Em- pezó á levantarse quedándole ya sólo una enfermera. El General pudo ya conversar franca y alegremente con su hijo. Orlando le prohibió repitiese más que le debía la vida, que le pertenecía en cuerpo y alma. —Cumplí sólo con mi obligación, papá, y esto me basta. No llegaré á lo que vos; tenéis un hijo inútil. No hubiera llega- do nunca; es cierto. Dad gracias al Rey y á Bismarck por mi ascen- so á Coronel, hasta que yo pueda hacerlo personalmente. Quisiera que este grado lo diesen á otro. A mí me bastaba el pleno gozo de mi acción. Ya no añadirá mi espada grados á mis bocamangas; pero en mi alma ascenderá siempre la satisfacción pensando que de algo serví 4 mi padre pagándole un poco de lo mucho que le debo. Lo que queda de deuda se lo irá pagando mi amor. El General no pudo dejarle continuar y se le echó á los brazos llorando y besándole la boca para que no hablase más. El sí que estaba en deuda con su hijo—pensaba en su conciencia—y en deu- da tremenda. Que hubiera querido ya pagársela cuando le creía moribundo teniéndole abrazado sobre el caballo, y no pudo. A punto estaba de pagársela ahora, pero no se atrevía, y lloraba, y mezclaba sus lágrimas con las de su hijo. Sor Leona, que sin querer presenció un momento la conmove- dora escena, lloraba tan tiernamente que les movía á llorar más. Orlando, á pesar de la tristeza que le causaba verse inútil en la flor de sus años, estaba intimamente poseido de cuanto había dicho á su padre, pues entre sus envidiables cualidades conocidas

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