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68 Equivocación .. Paseaba Raquel asida del brazo del General; detrás iban los ayudantes con sus papás. En una vuelta procuró retrasarse en el paseo, y á salga lo que saliese; pero con el inquebrantable propósito de salirse con la su- ya, cambió bruscamente de conversación, diciendo: —(General, estoy para marcharme y me voy ofendida de tí. Aun no me has dicho cómo me ha ido con Orlando. —Pero es porque no acostumbro á preguntar lo que ya sé y muy bien me consta. ¿Has hablado con Orlando? ¿Te ha dicho algo él? No: me lo ha dicho tu mamá y sé que te vas contenta. —No del todo: pero mucho sí. Me llevo una satisfacción que me llena de esperanza. Ni una sola vez en tantas visitas, me ha dicho hermana. Y Behring aseguró á mamá cuando estaba tan fatal que era aquella la mejor ocasión para que Orlando cambiase insensi- blemente de ideas. ¿Te parece á tí si cambiará? —Si Behring es de esa opinión me alegro. Yo me felicitaría de su cambio. Es lo único que sé decirte. —Al despedirme le he exigido que me conteste, y tú has oido que me ha contestado; si, sí, cuando le pregunté dos veces si me amaba, si me amaría siempre. —¿Por qué no le has preguntado una tercera, si como hermano? Sabrías ahora á qué atenerte. —¡Ah!... ¡General! tenía la pregunta en la boca. La hubiera hecho, pero temía la respuesta. Es franco como tú, dice lo que siente, no disimula. ¿Tan poco terreno has ganado? Y el poco que he ganado temo en mi ausencia perder... Y tal inflexión dió á estas últimas palabras que el General la miró muy sorprendido. Tenemos aquí el tren, Raquel. Lo siento sea tan pronto. Quiero antes de marchar pedirte un favor, General. —¿A mi? Sabes que puedes mandar. ¿Cómo se llama la Supe- riora lel hospital? —Dubois. Vicenta Dubois. -¿Tienes tarjeta tuya? —No. Pero llevará, sin duda, mi ayudante Rotenham.

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