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66 Equivocación. . Dió dinero al sereno y le rogó se detuviese allí un momento mientras ella hacía algunas diligencias. Tomó su coche, se dirigió al hospital, y consiguió de la Superio- ra fuesen inmediatamente dos hermanas, y que luego fuese el médico. PEA Yo me cuido de todos los gastos y de que sean recogidos y educados los niños; que se cuiden las hermanas del enfermo, y si muere, que procuren sea bien arrepentido. Todo se cumplió tal como lo dijo. A - Ella se retiró á casa, entró en su regia cámara, y vió todavia a amontonado en el suelo aquel capital de alhajas que poco antes TE” se había quitado. meo Por un momento comparó tanta riqueza con tanta miseria. Sen- tia abatidísimo su espíritu. Involuntariamente recordaba las últi- mas notas angélicas de la diva que la habían recreado, y no podía E olvidar la música infernal que aquellas blasfemias habían produci- do á los oídos de Dios. Así iba Jacinta comparando y deduciendo AP consecuencias hasta llegar á ésta: Dios ha hecho la escala social, pero el primer peldaño de la humanidad es como el último; y en $l $ vez de mirar al de abajo el que está arriba, mira «aún más eleva- do, quedando el de abajo más hundido. £so no lo hace Dios. Lo hacemos nosotros, y somos responsables. Todo aquel capital que tenía delante, y mucho más, fué inver- tido en limosnas. Ocho dias después, y después de haberlo reflexio- nado mucho, escribía esta tarjeta: «Hortensio, Marqués de N... No seré tuya. Quiero ser toda de Dios, para ser de todos los hambrien- tos, enfermos y desnudos. Jacinta.» El primer fruto y premio de su caridad fué la muerte santa- mente arrepentido de Martín Jerón, el desgraciado de la buhar- dilla.
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